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Opinión: Carta abierta a Gustavo Petro, presidente de la República

Una escritora critica al jefe de Estado por un liderazgo individualista que “ha dejado huérfanos a sus ministros y ministras en el reto de superar la institucionalidad” y lo llama a aprovechar el tiempo que le queda de gobierno.

Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador

11 de febrero de 2025 - 10:00 a. m.
El presidente Gustavo Petro durante el consejo de ministros transmitido en vivo. La escritora autora de esta columna opina que el mandatario "todavía está a tiempo de rectificar ese liderazgo, de rodearse en su anillo más cercano de personas comprometidas con el cambio".
Foto: Presidencia
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No, querido presidente, usted no es el único revolucionario del gobierno. De ninguna manera es usted el único que representa el cambio. En primer lugar, sería bueno que recordara que si usted llegó a la Presidencia de la República fue gracias a miles de personas que, desde múltiples corrientes de pensamiento y acción, llevaban décadas de lucha para cambiar este país, así como mucha gente joven que comprendió la necesidad de construir un país más justo y democrático.

En segundo lugar, el gobierno está representado por muchas personas, funcionarios y funcionarias públicas que trabajan día a día por el cambio, por cierto, gente muy preparada que enarbola las banderas del progresismo en Colombia. Usted no está solo, querido presidente, ni es el único revolucionario. Los ministerios, empezando por muchos ministros y ministras, y pasando por múltiples personas más que se han entregado a trabajar para este gobierno progresista, no solo tienen gente dotada para trabajar por el cambio, sino que esas personas han esperado el liderazgo de un presidente que, de manera más amorosa y colaborativa, lograra transformar las lógicas institucionales hechas a la medida de la exclusión y el beneficio de pocos.

Pierde usted de vista que pasar de ser oposición a gobernar es altamente complejo, porque las dinámicas de la oposición son muy distintas a las del gobierno. Por ejemplo, como oposición, ya los sabe usted, es más fácil hablar de los cambios que se sueña hacer que lo que en realidad se puede lograr desde el gobierno. También, y eso bien lo sabe usted desde que fue alcalde de Bogotá, las instituciones colombianas son el reflejo de la política que nos ha gobernado y por tanto gobernar de manera diferente requiere cambios institucionales, estrategias para que los recursos no se pierdan en las redes de corrupción que habían sido creadas para ello, o ampliar la participación de personas en cargos públicos que generalmente han sido excluidas de participar en nuestras instituciones, por nombrar solo dos ejemplos.

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Pues bien, para enfrentarse a esas dificultades era necesario un trabajo mancomunado y colectivo que exige el liderazgo de un presidente que construya las estrategias, con todo su equipo, para superar las inercias que impone la institucionalidad. Máximo cuando no se tiene el congreso a favor para hacer cambios en las instituciones.

Todas esas personas que están gobernando con usted, porque no es usted el único que viaja a las regiones y hace de las políticas públicas un campo de posibilidades para el cambio, han tenido que enfrentarse a ese reto: ¿cómo hacer acciones diferentes desde instituciones que a cada paso ponen las trabas para llevarlas a cabo? Y claro, querido presidente, esa era la tarea principal de su gobierno. Desde una forma amorosa y colectiva de trabajo llegar a comprender esa institucionalidad y buscar formas de hacer los cambios que permitan hacer uso de los recursos públicos de manera más justa.

No era cuestión de encontrar ministros o ministras que cumplieran con los mandatos, muchas veces intempestivos, del presidente o que todas las personas del gobierno se dedicaran a hacer y hacer, en un afán efectista. No, se necesitaba asumir que el cambio empezaba en el cómo gobernar y en cómo establecer maneras distintas de relacionarse entre quienes gobiernan y también por supuesto, construir conjuntamente salidas a las dificultades de la institucionalidad y esta tarea no ha sido liderada por usted, o por lo menos eso es lo que nos dejan ver sus rabietas con los ministros y ministras que no empezaron la semana pasada con el consejo de ministros televisado, vienen de mucho más atrás y lastimosamente han generado un ambiente de gobierno de zozobra y desgaste aterradores.

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Entonces, usted no solo ha dejado huérfanos a sus ministros y ministras en el reto de superar la institucionalidad y de soportar un quehacer marcado por la guerra mediática más absurda que este país haya conocido, sino que les ha impuesto como puente para el diálogo con el presidente a funcionarios que no buscan ese mismo cambio y que lo han alejado de las otras personas que desde años atrás venían construyendo con usted esta posibilidad de hacer un gobierno con el pueblo. Ha permitido que personas como Laura Sarabia lo aíslen de su gente, de esos hombres y mujeres que como funcionarios públicos necesitan de su compañía para redirigir las instituciones y dejar así una marca progresista para el futuro del país.

Esa suerte de orfandad que usted genera hacia la gente que gobierna con usted y que hace parte de su manera de trabajar, me lleva a un pensamiento doloroso. Tal vez el poder lo haya cercado tanto que esté usted pensando que esta es nuestra única oportunidad en la historia. Siguiendo a nuestro Gabriel García Márquez, como a usted le gusta, me duele pensar que en un acto muy individualista, crea usted que el progresismo en Colombia no tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra. Y me es doloroso porque solo así podría entender el afán impulsivo de exigir resultados sin tomarse el tiempo de construir las nuevas maneras de asumir la ejecución de las políticas públicas. Pero pese a lo que me pueda doler esta verdad, sé que cuando usted ya no sea presidente, esas miles de personas que han pasado la vida luchando por cambiar este país no cesarán en sus intentos de tener el poder con el pueblo.

No me arrepiento de haber votado por el Pacto Histórico, ni por usted y Francia Márquez. No me arrepiento porque estoy convencida de que haber ganado las elecciones abrió puertas muy importantes para este país. Se acabó la falacia controladora de que la izquierda no podía llegar al poder o de que la izquierda acabaría con la democracia. Se han podido poner sobre la mesa temas que antes no tenían cabida. Los derechos humanos y la dignidad de las personas como eje de gobierno, la necesidad de visibilizar y disminuir todas las formas de opresión. Hemos visto un gobierno encarnado en personas que han recorrido todo el país, que han viajado a zonas donde nunca antes habían llegado los gobernantes, y que han trabajado por los colombianos y colombianas por los que antes no se había trabajado.

Vimos que es posible para la oposición manifestarse sin arriesgar la vida. Pero no va a quedar su tejido, querido presidente, si no se decide a tratar a sus coequiperos con el cuidado que se merecen, con el mismo reconocimiento y amor con el que usted trata a la gente en las calles o en las regiones. Todavía está a tiempo de rectificar ese liderazgo, de rodearse en su anillo más cercano de personas comprometidas con el cambio que usted encarna y que generen diálogos abiertos y permanentes entre sus coequiperos y usted. Esto no significa que no sea importante gobernar con personas que representen fuerzas políticas distintas, pero es absurdo y poco estratégico que su jefe de gabinete sea un escudo que impide a los más comprometidos con el cambio, acercarse a usted.

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Por mi parte, yo sí quiero ver en televisión los consejos de ministros. Me gusta la política que permite que veamos cómo se toman las decisiones que nos atañen, pero me gustará ver a un presidente que oye y no intimida, un presidente que aprende de las estrategias de sus ministros y ministras, que permita el compañerismo y el reconocimiento a lo logrado y no solo una sarta de reclamos. No permita más que lo hagan sentir solo por alejarlo de las personas que han trabajado por décadas con usted y para el cambio de Colombia. Usted no está solo, presidente, ni es el único revolucionario. No se olvide que muchos de los logros que día a día usted y las redes de la presidencia muestran son colectivos, y los han generado sus coequiperos. Abra las puertas y converse con su gente y con todos los sectores, claro, todavía se puede. Busque la magia en políticos sin tacha, haga de su primer círculo un puente real al cambio.

* Alejandra Jaramillo Morales es una escritora bogotana, autora de las novelas La ciudad sitiada (2006), Acaso la muerte (2010), Magnolias para una infiel (2017), Mandala (2017), un proyecto de escritura digital, y Las lectoras del quijote (2022), su primera incursión en la novela histórica. Publicó los libros de cuentos Variaciones sobre un tema inasible (2009), Sin remitente (2012) y Las grietas (2017), ganador del Concurso Nacional de la Cámara de Comercio de Medellín y nominado al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2018. Escribe novelas para adolescentes (sello Loqueleo): Martina y la carta del monje Yukio (2015), El canto del manatí (2019) y Los mundos distópicos de Camilo Chang (en impresión, 2022). Entre sus libros de crítica están Nación y melancolía: narrativas de la violencia en Colombia (2006) y Disidencias, ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX (2013). (Recomendamos: Lea un capítulo de la más reciente novela de Alejandra Jaramillo).

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Por Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador

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