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Esquizofrenia nacional

Arturo Guerrero
04 de marzo de 2016 - 02:37 a. m.

La tornadiza opinión pública, la inestable medición de las encuestas, el vaivén mensual de la favorabilidad pública: he aquí el sustrato del que deriva la esquizofrenia nacional.

 

 

El país es bipolar y el tobogán acelerado de las creencias callejeras acentúa esta enfermedad. Vivimos en condición de alarma, cada noche la pantalla del tropel suministra dosis frescas de excitación.

Las curvas y flechas de los diagramas que pintan la percepción sobre todas las cosas parecen electrocardiogramas exaltados. La variabilidad síquica de los colombianos es de cimas y simas, extremos de altos y bajos que se turnan.

El músculo cardiaco de cada ciudadano ha de tener más entrenamiento y fortaleza que el de cualquier persona de otro país. De no ser así, sería difícil entender cómo las turbas no salen a las calles a morderse en trifulcas con muertos de todos los bandos.

La noticia del día es siempre más estrambótica que la de la víspera. Ahora sí llegamos al fondo de la olla, dicen los viejos, sin advertir que precisamente en ese fondo andamos desde que tratamos de explicar todos los traumas de la historia.

Somos esencialmente alterables porque nos navega una sangre caliente y porque carecemos de formación mental sobre los conflictos centenarios que nos roen.

El clima de la sangre es asunto de idiosincrasia. Tiene tanto de bueno como de malo. Es lo que explica que no seamos aburridos como japoneses ni calculadores como suizos. Pero al tiempo es lo que en cualquier lance nos hace asesinos que nunca pensaron serlo.

En cuanto a la carencia de reflexión y criterio sobre política, economía, cultura, historia, la culpa es de un patrón educativo que privilegia la memorización del año en que murió Bolívar, sobre el discernimiento de a quiénes sirvió Bolívar.

Configurados con semejantes temperamento e ignorancia, somos praderas dispuestas a cualquier chispa. Eso lo saben los políticos, medios de comunicación, predicadores, aspirantes a tiranos, vendedores de las modas.

Y aquí nos tienen, en antevísperas de firmar el más trascendental acuerdo para parar las ametralladoras, y oscilando entre apoyar las negociaciones o incendiar otra vez la guerra con los 300 mil muertos que invariablemente deja.

Nos chamuscamos desde hace 500 años en medio de las candelas de incesantes asesinos, mientras polemizamos sobre el nombre de los nuevos tribunales y el color de los uniformes que vestirán los perpetradores de la última masacre.

De un bando y otro llueven denuestos, frases de 140 caracteres y 280 tóxicos. Mientras los fuegos se mitigan de milagro, voces sin brida soplan los rescoldos, quieren levantar otra vez llamas doradas.

Son descendientes de matadores de antaño o más recientes detentores de poderes falseados. Hablan sin medir el filo de los verbos, como sordos al efecto de las arengas que no hace mucho enaltecían el homicidio por la gracia de dios.

En sus oficinas blancas se frotan las manos negras al ver los resultados rojos de la esquizofrenia nacional.

arturoguerreror@gmail.com

 

 

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