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Homenaje al parqués

Julián López de Mesa Samudio
17 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.

No es el parchís español ni el parcheesi estadounidense y aunque, al igual que estos y otros juegos llamados de cruz y círculo, se originó del parchesí indio, tampoco sigue las mismas reglas de su antecesor asiático.

El parqués es un juego colombiano que además no se juega en ninguna otra parte de América Latina pues no es un aporte hispánico ni indígena ni africano a la cultura colombiana. El actual formato del juego se adaptó en el siglo XIX de aquel que trajeron esclavos curies de la India en su paso por las plantaciones de caña de azúcar, tabaco y algodón que por entonces tenían algunas compañías inglesas en nuestro territorio.

El parqués es el juego de mesa nacional. Todos lo empezamos a jugar desde muy chicos pues es sencillo e integra a niños, adultos y viejos alrededor de una actividad común. Las partidas con familiares y amigos nos han ayudado a olvidar vicisitudes cotidianas y jugando en casa, en las tardes o los domingos, hemos estrechado, sin darnos cuenta, nuestros vínculos familiares alrededor del tablero.

Se juega en todas partes y en cualquier momento: en las tardes en las fincas tras la jornada de trabajo, en los huecos de clases de las universidades y en los recreos de los colegios; se juega en los parques, en oficinas e incluso algunos billares y cafés tienen mesas de parqués para apostar… Y aunque las reglas son en apariencia simples, es realmente un juego de estrategia más complejo de lo que aparenta. Por eso es especialmente significativo aquel que está ligado al hogar y a las familias, pues el juego mismo es uno de los primeros escenarios en que la familia se reúne en pie de igualdad y en el que es factible que los niños no sólo jueguen, sino que ganen las partidas.

Hasta hace un tiempo, las lánguidas tardes de domingo y en especial las fiestas de fin de año que se acercan estaban asociadas al parqués, pues en ocasiones especiales de visitas o festividades el escenario se amplía —al igual que el tablero, el tiempo de juego y la intensidad del mismo— para incluir a abuelos, tíos y primos en batallas épicas que duran muchas horas y cuyos episodios y anécdotas son recordados y atesorados como parte de la historia de cada familia. Este es uno de los pocos espacios y tiempos donde aún se reúne la familia durante un tiempo alrededor de una actividad común. Es por esta razón que quizás hasta para mi generación el parqués representa aún uno de los escasos vehículos de diálogo intergeneracional que existen.

Al parqués le debemos lo mejor que tenemos como colombianos, la camaradería, el humor, la espontaneidad y el desparpajo, e incluso la improvisación creativa… y, aunque rápidamente está siendo desplazado por medios audiovisuales interactivos, aún sigue siendo tan popular que es vendido por doquier, incluso hasta en los semáforos, en múltiples presentaciones y formatos. El juego tampoco distingue raza o posición social, por lo que una partida es un espacio donde todos son iguales. Nuestro apego y cariño por el parqués proviene de las memorias gratas que tenemos de nuestra infancia alrededor de un tablero ya que todos en Colombia lo jugamos y no hay casa colombiana, pobre o rica, citadina o campesina, que no tenga un parqués.

@Los_Atalayas
Atalaya.espectador@gmail.com

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