La probidad va más allá de la honradez; es una conducta humana que trasciende al individuo que la encarna y ejecuta en esa individualidad para lo colectivo.
Un hacer moral signado por la rectitud y la integridad en el obrar de sus actos; en el alcance de su acción; en la consolidación de un acervo de comportamiento devenido en modo de vida, en expresión de una identidad en provecho de lo colectivo.
Que viene a ser aquello en lo cual la probidad como valor, principio y conducta, da en provocar su materialidad y bondad; en construir con lealtad y transparencia el ejercicio de lo público en beneficio del bien común, ese intangible/ tangible que crea la sociedad para su provecho y constante crecimiento.
No es por tanto la probidad, la condición de probo, algo accesorio y mera formalidad en el individuo, pues cuanto entraña esa conducta implica a los otros y la vuelve de interés general; de ponerse al servicio de las personas.
Y si de lo público se tratare, un deber ser de quien deviene en la condición de tal por potestad del Estado en sus variadas instancias, esferas y poderes.
Es cuando la probidad, más que virtud, se convierte, por obra de esa calidad de pública de amparar y proteger los derechos del ciudadano, en deber ser de quien, desde su individualidad, conjuga la promoción del bien común y el servicio a la sociedad de manera honrada e integra.
Pero, ¿sí es posible encontrar en esta nuestra sociedad colombiana, en la función y el ejercicio de lo público, la probidad en su constructo fáctico?
Yo diría que sí.
Y más, a encontrarla en el ámbito de lo colectivo no obstante la predisposición a asumirla solamente como particularidad del individuo, actitud que limita aquella posibilidad y reduce de manera perversa y contagiosa su expansión, crecimiento y efecto altamente positivo en una sociedad, en la que la correlación de intereses particulares favorece la corrupción y la venalidad.
En ese escenario es cuando a la probidad hay que identificarla, darle un rostro, una identidad.
Un pase sin restricciones para que circule, penetre y permee el alma misma del ser colombiano, de los servidores públicos, de la Justicia y el Derecho.
Es ahí cuando la probidad adquiere forma; es un individuo concreto, moralmente intachable, íntegro, sin dobleces; un juez que administra justicia para el bien común y protección del ciudadano; un hombre que está al servicio de las personas.
Es Luis Rafael Vergara Quintero, de Sincelejo, Sucre, presidente del Consejo de Estado, en quien la probidad como conducta, principio, valor y prevalencia del interés público sobre el particular en el ejercicio de su dignidad, viene a ser ese ideal encarnado.
Enhorabuena, la condecoración “José Ignacio de Márquez al Mérito Judicial”, categoría Oro, a él otorgada.
Poeta
@CristoGarciaTap
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