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Memorias de una mujer de placer

Alberto Medina
05 de marzo de 2016 - 02:06 a. m.

Una novela que circuló en Londres a mediados del siglo XVIII es quizá una de las aventuras literarias más arriesgadas de la historia porque bordeó el límite entre la pornografía y el erotismo. Su nombre, de por sí, ya era un riesgo: Fanny Hill, memorias de una mujer de placer.

John Cleland contó la historia desde la voz de una mujer, que a través de dos cartas revela su intimidad a otra, con descripciones delirantes de cuerpos dispuestos para el sexo y con una detallada pintura en palabras de los más íntimos encuentros.

Fanny Hill queda huérfana a los quince años y tiene la mala suerte de caer en manos de una mujer que la abandona en París y la deja sometida a un triste destino. Con engaños, cae en una red de comerciantes de vírgenes donde una mujer, a la que llamaban “adiestradora de potrancas”, la inicia con sus manos maestras. “Esa noche prendieron en mí las primeras chispas de mi naturaleza fogosa y las primeras ideas de corrupción”. La dejan en poder de un viejo que intenta violarla, pero logra huir acompañada de un joven llamado Charles.

Con él conoce el amor y pierde la virginidad. “Sólo alcancé el extremo placer después del extremo dolor”. Viven en una habitación alquilada, hasta el día en que Charles la abandona inexplicablemente. A partir de ese momento, cae en una profunda depravación moral, en la que comprende la diferencia entre el sexo animal y el sexo con amor.

“¡Qué inmensa diferencia sentí entre estas impresiones del placer meramente animal, producto del contacto de los cuerpos y del sexo, y esa dulce furia, esa rabia de activo deleite que corona los goces del amor pasional, en el que dos corazones, tiernamente unidos, se convocan para exaltar el placer y dotarlo de alma…!”.

Un hombre maduro se enamora de ella y la rescata de la prostitución cuando tiene 19 años. En muy corto tiempo, el amante muere y le deja una gran fortuna que le permite asumir una tarea postergada: buscar a Charles hasta que lo encuentra.

“Me penetró tan profundamente, me tocó con tanta vitalidad, (…) que, en un delicioso entusiasmo, imaginé tal conversión de los corazones y los espíritus que creí que, uniéndose en uno solo, él era yo y yo era él”.

¿El retrato en detalle de escenas íntimas es erotismo o es pornografía? Los estudiosos dicen que Cleland hizo un enorme esfuerzo artístico por expresar los límites morales de lo que se puede decir. Pero la justicia norteamericana, a donde la obra fue exportada hacia 1820, calificó el libro de obsceno y por eso castigó con multa y prisión a dos vendedores de Massachusetts que pretendían distribuirlo entre granjeros.

* Subdirector de Noticias Caracol.

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