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Un camino hacia ninguna parte

Augusto Trujillo Muñoz
02 de septiembre de 2016 - 02:24 a. m.

Los acuerdos de La Habana son esos y no otros. No existe plan B.

Por lo mismo, votar “Sí” supone certezas y votar “No” significa incertidumbres. La consecuencia natural del primer resultado es el desarrollo del Acto Legislativo para la paz; la del segundo es negar esa opción, es decir, congelarlo. Con el “Sí” el país ingresa a terrenos aptos para poner en marcha un procedimiento legislativo especial que se regirá por reglas ya previstas. Con el “No” cae en un limbo de consecuencias imprevisibles.

Votar negativamente no va en la dirección de renegociar los acuerdos porque destituye de su autoridad a las partes. El gobierno sigue obligado por el artículo 22 de la Constitución, pero las consecuencias políticas serían de tal dimensión que harían incierta cualquier posibilidad jurídica de renegociar los acuerdos. Quedaría sin piso el cese bilateral de hostilidades y, no sin razón, las Farc se abstendrían de concentrase y de hacer dejación de las armas.

Al comenzar el proceso de La Habana se habló de una división interna de las Farc, que impediría a su cúpula garantizar el cumplimiento de los acuerdos. Ahora es al revés: Las divididas son las élites políticas que, a su vez, dividen al país cuando más necesita lograr un consenso de mínimos entre sus diversos sectores sociales. Por desgracia el presidente Santos agota su visión de Estado en el país político y descuida al inmenso país nacional que es de quien dependen las decisiones y para quien van dirigidas las grandes soluciones políticas.

Algunos compatriotas no están dispuestos a tragarse los sapos que traen consigo los acuerdos. Ese es un juicio relativo. Vale la pena recordar los que nos hemos venido tragando durante décadas: impunidad desbordada, denegación de justicia, corrupción sin control, abusos de poder, en fin, un enorme deterioro institucional con efectos deletéreos sobre el Estado de Derecho.

El acuerdo que se negoció en La Habana es el acuerdo posible. No es ni bueno ni malo, ni revisable ni perfectible. Es una suerte de acuerdo en lo fundamental entre dos partes que hicieron un trabajo de relojería política. Por eso el voto negativo significa transitar un camino hacia ninguna parte. Bien harían el gobierno y la guerrilla en mirar hacia el resto del país, hacia los colombianos del común para trasmitirle los factores de confianza que, entre ellos, han construido.

Adendo.- Quiero registrar las voces tolimenses que, en estos días, invitaron a votar afirmativamente el plebiscito. Como hijos de la tierra donde nació el conflicto, tienen una gran autoridad para hacerlo. Entre ellos Alfonso Gómez Méndez en su columna de “El Tiempo”, Guillermo Pérez Flórez en la revista española “Política Exterior”, Darío Ortiz Robledo en “El Nuevo Día” de Ibagué y Ariel Armel en su espacio de televisión. Me uno a ellos e invito a los colombianos a llenar de país este camino que se abre hacia la convivencia.

* Exsenador, profesor universitario. @inefable1

 

 

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