Ordenando mi biblioteca

Arturo Charria
15 de febrero de 2018 - 04:00 a. m.

Comencé hace una semana. Sin embargo, cuando digo “comencé”, no me refiero al acto físico de pararme frente a los estantes en donde se amontonan los libros, sino al momento en que proyecté la idea de ordenar mi biblioteca. Todos sabemos que estas ideas tienen un momento de efervescencia en la imaginación antes de ser abandonadas.

El primer intento consistió en pensar el orden. ¿Mantendría el que siempre he tenido? Una categoría dominante que es el género: novelas, crítica literaria, biografías, poesía, historia de Colombia y sobre el conflicto armado, literatura infantil y, por último, los inclasificables. Después crear subcategorías por continentes y estos, a su vez, dividirlos por países. En el caso de América los libros van de sur a norte: de Argentina a Canadá; en cambio las narrativas europeas comienzan en Portugal y terminan en Rusia. Los libros de Asia y África solo representan una pequeña parte de mi biblioteca y aún sigo sin saber si tengo algún libro de Australia. Pensar en este orden me dejó exhausto y tuve que abandonar por primera vez el proyecto.

El segundo intento estuvo centrado en el esfuerzo material y físico que implica ordenar una biblioteca que crece en contraste con un apartamento que parece encogerse. ¿Podría hacerlo solo o tendría que buscar una o dos personas más para lograr la tarea? No se trata de buscar cualquier ayudante al que se le pague el día de trabajo, sino que esos otros que apoyen deben estar altamente calificados en los contenidos de los libros, de manera que durante el proceso puedan surgir conversaciones sobre lo que vamos reacomodando en los estantes. Adicionalmente, existen otros elementos de los que carecía al momento de iniciar la tarea: tapabocas y guantes, porque pensaba en el polvo llenando la sala y los pasillos. Pero, como me incomodan la textura de los guantes y ponerme tapabocas me parece un exceso, me vi en la penosa situación de volver a abandonar el proyecto que aún no comenzaba.

Con el paso de los días resolví los asuntos logísticos, de manera que pude comenzar físicamente la tarea. Desmonté los libros y fui armando pequeñas columnas por todo el apartamento: grupos y subgrupos como mentalmente había pensado y, como también había previsto, el polvo llenó los pasillos y los cuartos. Aún con las ventanas abiertas el polvo que guardan ciertos libros parece no irse nunca. Sin embargo, lo que me está retrasando en volver a llenar los estantes no es el esfuerzo físico o la alergia al polvo, sino los reencuentros. Porque al volver a mirar ciertos libros resulta inevitable regresar a ellos y a las marcas que años atrás dejé entre sus páginas. Como si sostuviera un viejo álbum familiar, sonrío y suspiro. 

Sentado sobre una columna de libros, me detengo en una vieja edición de Werther de J.W. Goethe. Lo limpio y paso sus hojas hasta que se detienen, como si el peso de una frase pusiera en diálogo dos momentos de mi vida: “Es cierto, sin embargo, que no hay nada en el mundo que haga al hombre necesario a excepción del amor”. Con el libro abierto y aún sin ponerlo de nuevo en la biblioteca, me doy cuenta de que surge una nueva categoría que no tiene que ver con géneros narrativos o con países, se trata de los libros que quisiera volver a leer o tener más cerca, incluso llevarlos conmigo entre los papeles laborales. Me quedo sentado mientras veo los montones de columnas que me rodean y lo vacía y triste que está la biblioteca que sigue sin llenarse. Por un instante pienso en los libros que se fueron y comenzaron una nueva vida en otras bibliotecas, con la esperanza de que algún día regresen. Al final de la jornada, estarán la mayoría de los libros en los estantes y seguirán algunos huecos para los que están por venir y, sobre todo, un lugar para que regresen los libros perdidos, de manera que algún día pueda terminar de ordenar mi biblioteca.

@arturocharria

charriahernandez@hotmail.com

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