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Pájaros de altura

Ramiro Bejarano Guzmán
04 de enero de 2015 - 02:00 a. m.

Ómar Franco Duque ha publicado Carta suicida de Tuluá, un libro pequeño, pero lleno de remembranzas del régimen del terror que con el auspicio económico y político de los “momios” vallecaucanos conservadores de la época, del silencio cómplice de los gobiernos —de Ospina Pérez, Laureano y Urdaneta— y del aplauso del dictador Gustavo Rojas Pinilla, instauró en Tuluá León María Lozano, alias El Cóndor.

Este libro no es una copia de Cóndores no entierran todos los días, esa novela menor que si ha perdurado es por ser la única y porque de ella hizo una gran película el destacado director de cine Francisco Norden, que no pasa de moda. Franco Duque revela la cruda realidad de lo que fueron esos días aciagos y de cómo creció la violencia en el Valle del Cauca, ante la indolencia de los gobiernos godos. A algunos conservadores vallecaucanos no les gusta que les recuerden lo que hicieron sus antepasados en Tuluá y en su departamento, entre otras cosas porque muchos se hicieron a grandes fortunas mal habidas que hoy disfrutan sus herederos como respetables señorones, y por eso cada vez que alguien habla de El Cóndor, califican de sectario a quien esculque ese pasado horroroso.

El trabajo de Franco Duque recuerda cómo fue que León María Lozano pasó de ser un vendedor de quesos, ultracatólico, rezandero de misa diaria, que supuestamente no robaba pero dejaba robar, a ser el jefe de la más tenebrosa organización de criminales —los “Pájaros”— que azotó a los liberales del Valle del Cauca. Tanto poder político y judicial no podía generarse sino con el visto bueno de la temida godarria vallecaucana, del régimen conservador y la dictadura de Gurropín. Se trata de un relato afortunado e imprescindible para abordar el terrible episodio de la “Carta Suicida” tema del libro.

Diez liberales tulueños enviaron una carta a El Tiempo, que fue publicada el 15 de julio de 1955, en la que por primera vez denunciaban que León María Lozano era el jefe de los “Pájaros” y de la pavorosa comparsa de asesinos que, en nombre del conservatismo y el catolicismo, ejecutaba liberales, asaltaba cárceles, masacraba campesinos, entre otras atrocidades. Todos sabían quién era León María, lo que hacía y por orden de quién, pero nadie se atrevía a denunciarlo públicamente, menos en El Tiempo, por aquellos días todavía periódico liberal. Con razón a esos corresponsales se les llamó el “batallón suicida”, porque era prohibido hablar mal de El Cóndor en su terruño donde no se movía una hoja sin su consentimiento.

Al día siguiente de publicada la carta en el influyente diario de Eduardo Santos, cuando estaba cayendo la tarde, fue acribillado el primer firmante, el joven abogado Aquiles Arrieta Gómez. Poco tiempo después fueron asesinados los Santacoloma, padre e hijo, otros suscribientes de la misiva, que también se le llamó “suicida”. Más tarde balearon al dirigente Ignacio Cruz Roldán, quien sobrevivió a tres disparos en la cara, hoy un anciano respetado y el único que sigue con vida. Los otros firmantes debieron abandonar Tuluá y cambiar para siempre sus destinos. Fue una tragedia anunciada.

Todos los crímenes de El Cóndor quedaron impunes, pues su poder también se extendía a la Rama Judicial, la que burló gracias al gobierno. Rojas Pinilla además de que condecoró con la Cruz de Boyacá a El Cóndor, dio la orden de que lo excarcelaran en Buga, dizque por razones humanitarias, y hoy esos expedientes judiciales duermen en el lecho del río Cauca, donde los botó un jefe conservador local, probablemente pensando en sepultar la historia que para fortuna revive este libro de Ómar Franco, que vale la pena leer. Lo único que garantiza que estas infamias no se repitan, es no olvidarlas.

Adenda. A quienes todavía insisten en tapar el sol con un dedo, tendrán que admitir que la excontratadora Sandra Morelli no sólo dejó literalmente en la calle a la Contraloría después de administrarla con soberbia e indelicadeza, sino que la dejó enfrentada al contratista voraz que quiere que le prorroguen el leonino contrato, pero en las mismas condiciones iniciales, para que el nuevo contralor quede tan untado como quienes fraguaron este desprestigiado y ruinoso negocio.

 

notasdebuhardilla@hotmail.com 

 

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