Para cerrar el ciclo etílico

Humberto de la Calle
12 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Casi siempre se escribe la historia con el tejido de las guerras y de los políticos. O por el predominio de materiales, como en el pasado se hablaba de Edad de Piedra, de Bronce y así. Un divertido libro de Tom Standage (A History of the World in 6 Glasses) es propicio, antes de embarcarnos en el pantano de la política del 2020, para cerrar el ciclo de fiestas y afrontar el guayabo.

En efecto, la historia de la humanidad puede escribirse alrededor de la cerveza, el vino y los licores. Y una vez terminan los brindis y aparece la resaca, con el café, el té y la Coca-Cola.

Un primer salto dramático fue la inauguración de la agricultura, con su secuela de sedentarismo, cambio de dieta y lucha por la tierra, batalla esta que en estos andurriales no ha terminado. Dijo Vargas Llosa que el complot para tumbar a Jacobo Árbenz, por cuenta de la reforma agraria, cambió la suerte de Latinoamérica. Encarezco de nuevo al premio Nobel que se lea el Punto Uno del Acuerdo de Paz. Pues bien, en ese momento nace la cerveza. El superávit de producción de granos fue aprovechado en Mesopotamia y Egipto para producir cerveza que no solo alejó la sed, sino que sirvió como moneda. La influencia de la cerveza se siente aún hoy, en la hacienda pública, la macroeconomía y, al lado del tejo, en la vida ciudadana. Unos policías fueron sorprendidos tomando cerveza y jugando tejo. Cuando un periodista trató de cubrir la noticia, los colegas de los uniformados lo impidieron. Cuidado con esa forma de censura.

Después fue el vino. Sin este, no hubiésemos tenido filosofía griega ni derecho romano. Ni la sangre de Cristo hubiera creado el hecho cultural que se expresa en la eucaristía. Y, del otro lado, la prohibición del vino por cuenta de Alá propició la poderosa contracultura del islam. Por fortuna, Omar Khayyam neutralizó la sacra prohibición, al recomendar esto: “Coge un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna… bebe pensando en que mañana quizá la luna te busque en vano”.

Vino la alquimia y con ella la destilación. Nacieron los licores. El whisky acompañó las decisiones de los grandes imperios (Reino Unido y Estados Unidos). Lamparazo a las cinco de la tarde. El ron sirvió como moneda para el comercio de esclavos. Todavía hoy permea un espacio geopolítico atrevido. Y sirve para descubrir que la tristeza caribe, aparentemente guapachosa, es profunda y llena de nostalgia.

El café se explayó primero en casas semiclandestinas, antes de convertirse en el compañero de ruta de intelectuales, pensadores y políticos. Nuestro café entró por… Venezuela. Cuidado, señores del Centro Democrático.

Reino Unido tomó el camino del té y moldeó una política exterior que condimentó la independencia de Estados Unidos (todavía tenemos Tea Party) y descuajó la antigua civilización China.

La Coca-Cola nació como un medicamento en el laboratorio de Mr. Pemberton, un farmaceuta de Atlanta, y ha venido acompañando el auge de la superpotencia gringa desde hace décadas. Fue Pemberton quien le agregó coca. Paralelamente, apareció el Vin Mariani a base de coca. Desde papas, pasando por la reina Victoria, Freud y Edison, todos ellos disfrutaron del vino de coca cuyo prestigio era inmenso. Los caminos se bifurcaron. La coca era la misma, pero a nosotros nos tocó bailar con la más fea.

 

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