¿Para qué la educación?

Catalina Uribe Rincón
28 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

En días pasados circuló por redes sociales una entrevista a Mario Hernández. El exitoso empresario reflexionó sobre la universidad de la vida: “Un presidente cuando buscaba un ministro decía: «quiero gente con experiencia, no con títulos». Y es así, la experiencia no se improvisa, eso lo da la vida. Mi primer MBA fue quedar huérfano a los diez años”. Hernández, con toda la razón, enfatizó la importancia de las experiencias y particularidades del mundo que nos va informando de las verdades de la vida. Él lo logró a punta de esfuerzo. ¿Para qué estudiar, entonces?

La respuesta más elaborada consiste en sugerir que la vida va más allá de ser rico y famoso. Que no es fácil saber cómo vivir ante la certidumbre de la muerte, y que una vida llena y significativa es difícil de lograr. A bien nos viene toda la sabiduría de los libros, que no es lo mismo que experiencia. Como sugiere Platón en la República, de los viejos aprendemos qué es eso de ser viejo, pero no necesariamente nos enteramos de qué es ser sabio. ¿Qué es una vida buena? ¿Cómo hacemos para desearla? Y una vez la deseamos, ¿cómo hacemos para tener el criterio y el carácter para alcanzarla?

Pero supongamos por un momento que la educación está ahí únicamente como inversión monetaria. Supongamos que estudiamos sólo porque es buen negocio, porque lo es. Según cifras del Observatorio Laboral, el salario promedio de enganche de un técnico profesional es 40 % mayor que el de quien solo obtuvo título de secundaria. Los graduados tienen además muchas más posibilidades de seguir ascendiendo. ¿Tiene sentido entonces despreciar un horizonte de posibilidades para alcanzar una lotería?

No hay nada de malo en comprar la lotería. Pero sí hay algo desatinado en creer que uno puede planear una vida en ganársela. Hay una trampa en Estados Unidos que se llama la trampa del hombre negro. ¿Para qué estudiar si se la pueden ganar toda con el baloncesto? Bueno, porque solo el 1,2 % de los postulantes logran ser basquetbolistas profesionales, y una cifra aún menor logra hacer una vida de tirar la pelota. El básquetbol es una competencia no muy distinta a la del mercado. Son muy pocos los james, lebrons o marios hernández, pero son muchos los que están muy listos a escuchar que no necesitan educarse.

 

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