Paramunos, agua y coexistencia

Juan Pablo Ruiz Soto
31 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

La semana pasada estuve visitando una zona de páramo próxima al nevado del Tolima en el municipio de Anzoátegui. La carretera llega hasta los 2.800 metros de altura, de allí en adelante se inicia una red de caminos que dan acceso a diferentes zonas del páramo. Como en el resto del país, hasta donde hay carretera la transformación del paisaje es radical y casi no hay bosques que protejan las fuentes de agua o los suelos en zonas de alta pendiente.

Camino al nevado, sobre los 3.000 metros, la mitad del territorio está transformado y la otra mitad aún está cubierta por ecosistemas naturales. Se puede apreciar el bosque nublado que sube hasta los 3.800 metros y colinda con la vegetación de páramo, donde frailejones alternan con pequeños arbustos que protegen espesas capas de musgo. Donde desapareció la vegetación nativa, hay pobres praderas donde pasta el ganado paramuno.

Para el visitante, que está de paso, es fácil decir que lo mejor sería sacar esas vacas y recuperar el páramo para asegurar el agua que abastece las ciudades y los distritos de riego de las tierras bajas. Para los habitantes del páramo, esos pobres pastizales —que renuevan con quemas periódicas— generan el ingreso necesario para cubrir el costo de enviar a sus hijos al internado del caserío de Palomar, único colegio con secundaria en esta extensa región.

Gerardo Rodríguez, campesino paramuno, líder de Asopáramo (organización de turismo rural comunitario de protección ambiental y reserva andina de alta montaña), a sus 60 años, nos cuenta con entusiasmo que su vida es el páramo, allí nació y allí piensa morir. En su precaria vivienda hay agua, pero los demás servicios no existen y vive incomunicado. Sin embargo, su arraigo es admirable y ha resistido diversos intentos de desplazamiento. Sobre la pared de tierra de su casa tiene un aviso que dice “Escalando contra Anglo Gold” y un afiche de Asopáramo, organización creada hace ocho años, cuya misión es “proteger los ecosistemas de alta montaña, brindando garantía a la preservación del recurso hídrico, en especial los que se encuentran en la zona del Parque Nacional Natural de los Nevados y su área de influencia, promoviendo la participación comunitaria en la conservación dentro de su territorio y la producción de alternativas limpias de producción, teniendo como eje el turismo rural campesino, y articulando el intercambio de saberes de la comunidad campesina con la academia y la sociedad”. Después de leer esto, visitar su vivero y conocer algunas plantas de especies nativas que ha sembrado en sus cercas, quedé sin palabras. Pero la realidad es contradictoria, a lo lejos se escuchaba una motosierra, herramienta con la cual se destruía bosque andino, en una hacienda ganadera próxima, para establecer nuevos potreros. La tala en las grandes haciendas hay que suspenderla. Hay imágenes satelitales, institucionalidad y legislación para evitar que esto siga sucediendo.

Como sociedad, debemos identificar y proponer alternativas de coexistencia y cooperación, haciendo del campesino paramuno un aliado para conservar y recuperar los beneficios de la naturaleza, especialmente la regulación hídrica. Para ello, es necesario compensar con pago por servicios ambientales sus acciones de conservación y apoyar la reconversión productiva a sistemas amigables con la conservación y la regulación hídrica, valioso beneficio de interés social suministrado por estos ecosistemas. Don Gerardo tiene derecho a morir dignamente en el páramo que lo vio nacer; los colombianos, al agua que esos ecosistemas proveen.

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