¿Pataleta o terremoto?

Hernando Gómez Buendía
26 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

China, Irán, Corea, Venezuela, México, Canadá y hasta sus socios militares de la OTAN: Trump parece decidido a pelear con todo el mundo.

La razón de esas peleas es en esencia una misma: aunque se trate del país más rico y poderoso de la historia, Trump está convencido de que Estados Unidos es la víctima del sistema económico y geopolítico internacional. Por eso todo lo que hace es un reflejo exacto de su lema “América primero”, “América grande como antes”.

El gran acierto de Trump es haber reconocido que el desafío principal de Estados Unidos tiene un nombre: China. Con el 60 % de su tamaño económico y el triple de población, el problema verdadero no radica en que China exporte demasiado, sino en que su modelo de gobierno le permite concentrarse en las industrias de punta: inteligencia artificial, biotecnología, industrias limpias, nuevos materiales… El actual Plan de Desarrollo (allá sí hay Plan) prevé invertir US$1,4 millones de millones para que estas industrias representen el 17 % del PIB en 2020.

Trump se queja de que China obliga a las multinacionales a traer tecnología y que además se roba la propiedad intelectual. La mayoría de los economistas dicen que esto es cierto, pero se les olvidan un par de detalles. El primero: que las multinacionales aceptan llevar tecnología para estar en China; China es el único país con el tamaño de mercado suficiente para hacer que los inversionistas extranjeros dejen algo de su saber y eduquen a los nacionales (que es todo lo contrario de lo que hacen las multinacionales en Colombia). El segundo: que los chinos piratean los inventos de los gringos porque los gringos inventan más cosas que los chinos —pero las cosas serían al revés si fueran al revés—.

La de China es por eso la pelea de fondo, y la guerra de aranceles es apenas su comienzo. Esta pelea es la que va a producir verdaderos terremotos en el mundo —y la Cancillería colombiana no parece tener la más remota idea del asunto—.

La pelea con Irán es el capítulo de “América primero” en el Oriente Medio: Trump se la juega entero con el Israel de derecha dura y con Arabia Saudita (la potencia sunita) contra Irán, el chiita (y cuando el fracking ya le sacó el aire a la geopetropolítica). El primer paso de esta guerra, que ahora llega a la asfixia económica y el despacho de la flota al estrecho de Ormuz, consistió en romper un tratado que impedía las armas nucleares —y que por punta y punta es un antecedente nefasto para la humanidad—.

Las amenazas, payasadas y encuentros entre Trump y Kim Jong-un son parte de un libreto ineluctable: los Estados Unidos y Occidente no tienen más remedio que aceptar el ingreso de Corea al club de los países nucleares. Es lo mismo que al fin de cuentas hicieron con Rusia, China, Israel, India y hasta Pakistán.

Con México la cuestión de Trump es el racismo o la “América grande como antes”. Un racismo que se extiende de gratis a los pobres migrantes centroamericanos por cuenta de la droga, que no pudo concretarse en el muro, sino en el TLC, que de rebote les cayó a los canadienses y que por el momento concluyó con cambiarle de nombre al TLC.

Venezuela es un papayazo que en verdad no les importa sino a ingenuos como Duque. A Trump, en cambio, no le preocupa un país venido a menos y aspirante, cuando más, a potencia regional: la Rusia de Putin. Por eso su desdén hacia la OTAN y sus desplantes para Merkel, Macron y hasta la pobre señora May.

Trump es patético como ser humano, pero es la nueva realidad de la política mundial.

*Director de la revista digital Razón Pública.

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