Pato cojo

Luis Carlos Vélez
03 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

En la política estadounidense "lame duck” (“pato cojo”) es una expresión con la que se define a los oficiales elegidos que transcurren por su último año de gobierno y que por no poder reelegirse pierden su influencia frente a otros políticos. Hasta los presidentes más queridos e influyentes en EE. UU. pasan por este periodo. Por ejemplo Barack Obama, en los últimos meses de su administración, ante la imposibilidad de sacar adelante proyectos de ley importantes como la reforma migratoria, se dedicó a construir su legado; es decir, mensajes y posturas éticamente colosales, pero con poca posibilidad práctica de convertirse en ley. Iván Duque corre el riesgo de convertirse en un “pato cojo” muy pronto en su gobierno. Me explico.

Está a punto de cerrarse el primer mes del nuevo Gobierno y el presidente no ha tomado una sola acción contundente en los temas de estructura nacional. El mandatario ha asumido el día a día del Gobierno y ha hecho presencia en las regiones, pero su gestión más se parece a la de un jefe de Estado en su tercer año de administración y no en el transcurso de los determinantes primeros 100 días. Falta rienda y línea.

Es posible que la orfandad del mandatario en lo fundamental haya provocado que no tuviera luna de miel. La semana pasada la firma encuestadora Yanhaas reveló que el grado de aprobación ciudadana bajó 12 puntos y pasó del 53 al 41 % en menos de un mes. Duque no ha impulsado el primer proyecto de ley y con solo lo que se dice serán sus iniciativas ya ha visto cómo se ha visto afectada considerablemente su percepción nacional. Tal vez por eso, este fin de semana, algo molesto, dejó claro que: “la última palabra del proyecto de reactivación económica la tiene el presidente antes de ser presentado al Congreso”.

Sin embargo, el presidente Duque está dando señales de ser un gran transformador de las costumbres políticas nacionales. No quiso dar la pelea política de la elección del contralor para no comprometer su administración con dádivas y la semana pasada abrió las puertas de Palacio para recibir a los líderes políticos nacionales, incluidos Timochenko y Petro, y empezar a materializar una consulta anticorrupción que, aunque perdedora, envió un mensaje fuerte de la ciudadanía. Duque es sin duda un hombre jugado en apostar por las ideas y las propuestas antes que por el juego político de las transacciones que impera en la nación. Y ahí precisamente está la desconexión. Es el presidente de la Colombia del futuro en una nación que aún está en el pasado cooptado por las prácticas clientelistas de las regiones. Tiene un problema de tiempos.

La solución a este cuadro de momentos puede estar en el impulso de las reformas políticas y económicas que necesita el país. Aprovechar la inercia que han creado iniciativas como la consulta anticorrupción e interpretar el descontento nacional a la política tradicional lo pueden elevar a ser el líder de esa transformación que tanto se necesita, pero para ello deberá encontrar fieles escuderos en el legislativo que lo acompañen en la defensa de las propuestas y no de los puestos. Lamentablemente allá también hay mucho lobo vestido de rapero, perdón, de oveja.

Si el presidente Duque no interpreta los momentos y no empieza a tirar línea pronto, correrá el riesgo de convertirse en un pato cojo muy joven y ese es un pésimo escenario para el país, que hoy necesita más acción y menos concepto. El legado puede venir luego.

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