Paz y arroz negro

Jaime Arocha
14 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Dos niñas se turnan para golear con sus mazos de palo los arroces que metieron al pilón. Lo talló el abuelo Justo con su esmero de carpintero sabio. Los movimientos son tan cadenciosos que ellas parecen bailar. Apenas brillan los granitos blancos, los meten en una totuma y los chorrean sobre una batea. El viento dispersa las cascarillas. Las gallinas se pillan lo que queda en el piso. La escena es de una película en Chigorodó, alto Baudó, pero ha podido ser de cualquier Afrocolombia. Pilón y arroz ventiao son propios de las comunidades negras, y no por capricho, sino por refinamiento: hay un arroz que por su cáscara se apoda “negro”. Los científicos lo llaman Oryza glaberrima y fue domesticado hace 3.500 años a orillas del río Níger, en Malí, África occidental. Es muy resistente a las plagas y —a diferencia del asiático— se adapta a muchos climas y suelos, incluidos los más ácidos. Pero su interior es delicado y debe descascararse a mano, una técnica que como las de su cultivo es africana. La geógrafa Judith Carney ha demostrado que a lo largo del siglo XVIII, en Carolina del Sur (Estados Unidos), esa planta y la tecnología que le es propia permitió fundar plantaciones que alimentaban a la fuerza esclava cortera de caña en Barbados y otras islas caribeñas*.

La pregunta sobre el parentesco de ese arroz con el que los afrobaudoseños llaman “secano” motivó la invitación para que esa experta nos visitara. El conflicto armado aplazó el viaje, pero también nuestro vacío de datos sobre la migración forzada de musulmanes desde Mali y Senegal, las regiones originarias del glaberrima. Le respondimos que ese sería otro interrogante para responder mediante futuras investigaciones conjuntas. Mientras tanto, la holandesa Tynde van Andel publicó cómo el arroz negro que los cimarrones Saramaka cultivan en Surinam provino de Costa de Marfil y Ghana, lugares emblemáticos de la gente Ashanti, Fanti, y Añi, quienes sí llegaron al Pacífico y al Caribe colombianos no solo con su rica mitología sobre Ananse, la araña astuta, sino con sus competencias en la minería del oro y la orfebrería.

Hoy es posible imaginar que las tatarabuelas de las dos pilanderas baudoseñas arribaran al Chocó desde Ghana con briznas de glaberrima escondidas en su pelo, resistencia de largo aliento entre quienes percibían la inminencia de la trata, y se preparaban para que en el viaje sin regreso a las Américas y el Caribe portaran no solo su memoria, sino semillas de libertad. La misma Van Andel piensa en esa opción por el valor sagrado que los Saramaka le otorgan al arroz negro, el cual cultivan en las mismas eras para plantas rituales y medicinales. Las muestras que esa etnobotánica tomó en aquellas parcelas pasaron por renombrados laboratorios de genética vegetal. De ahí la conclusión de que el glaberrima de África occidental y central es el ancestro del de Surinam.

Ahora que las riberas tropicales de Colombia pasan de la bala y el secuestro a las maternidades de la paz, quizá también sea posible recoger muestras de arroz secano para ver si vino desde África, como sucedió con el pilón. Quizás esa antigua genealogía de resistencia y creatividad contribuya a que los agrónomos colombianos dejen de desdeñar los sistemas ancestrales de producción afrocampesina.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

** Black rice: the African origins of ice cultivation in the Americas. Cambridge: Harvard University Press.

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