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¡Peligro!: guerra sucia

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Reinaldo Spitaletta
04 de noviembre de 2008 - 03:00 a. m.
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ES DE LO MÁS TERRIBLE QUE HA SUcedido en Colombia en los últimos años: la sistemática desaparición por parte del Ejército, “en connivencia con grupos emergentes”, de decenas de muchachos pobres, es decir, de víctimas de un sistema de injusticia social, que luego aparecen muertos y reportados como dados de baja en combate.

Con estas espantosas acciones, violatorias del derecho a la vida y de otros derechos, está en vilo la legitimidad de esa institución y aun la de la “seguridad democrática” y su política de recompensas.

Y qué pena, señor Presidente, los acontecimientos parecen desmentir su aseveración de que Colombia no es como los países del sur en otros aciagos días. Porque lo que demuestra la realidad nacional es, precisamente, que el país (palabreja que el Presidente y otros políticos usan como comodín) cada vez se parece más a aquellos regímenes de terror que asolaron a Argentina, Chile y Uruguay, en particular en los tiempos del Plan Cóndor, diseñado por los Estados Unidos para exterminar izquierdistas.

El asunto es tan grave que, pese a los mimos que el gobierno hace al Ejército “de la patria”, hubo que llamar a calificar servicios a 27 militares, entre ellos tres generales, sin contar las investigaciones que cursan contra centenares de miembros de la institución. En otros días, también nefastos, los paramilitares se encargaban del “trabajo sucio”, tal como lo han revelado algunos de ellos en las audiencias públicas. Según alias H.H., las fosas comunes fueron idea de militares, para que no dejaran los muertos regados por ahí. Tan caritativos.

El caso de los desaparecidos y los retiros militares estalla en momentos de la visita a Colombia de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos y cuando la Corte Penal Internacional tiene sus ojos sobre Colombia. El extenso episodio de los desaparecidos, que saltó a la opinión pública con los muchachos de Soacha, es de lo más asustador y es parte del terrorismo de Estado. Y si bien está inscrito en un viejo conflicto, cada vez más degradado, es síntoma de las desviaciones del Ejército.

Vuelve a ser pertinente recordar las actuaciones militares, por ejemplo en San José de Apartadó, y lo que desde hace rato era voz popular: los falsos positivos. Hace dos años, del Parque Bolívar de Medellín, bajo el señuelo del trabajo, se llevaron a tres jóvenes, que luego aparecieron “muertos en combate” en Montebello. Y así, innumerables casos del reclutamiento de la muerte perpetrado por miembros del Ejército en alianza con otras “fuerzas oscuras”. Arrastran muchachos desempleados, pero también drogadictos y retrasados mentales.

Y toda esta abominable táctica, para reportar éxitos en la seguridad democrática, de un lado, y de otro, para mantener las relaciones clandestinas de miembros del Ejército con “bandas emergentes” mafiosas. Es la creación de una máquina criminal que perpetra hechos delictivos muy similares a los que padecieron los pueblos sureños en los setentas. Entre tanto, se repite la comedia de los ministros que no asumen responsabilidades políticas y no renuncian. La indignidad les parece virtud.

Las recientes purgas militares comprueban las acusaciones de diversos organismos de derechos humanos y de la sociedad civil: desde hace tiempos las Fuerzas Armadas cometen barbaridades, en Colombia hay ejecuciones fuera de combate y crímenes de guerra. Y esas conductas están estimuladas por las recompensas, los ascensos y reconocimientos ofrecidos por cada guerrillero dado de baja. Incluso, hasta los mismos guerrilleros matan a sus ‘camaradas’ y les cortan las manos para llevarlas como trofeo.

Ojalá sí haya condenas para los muchos implicados en la barbarie y que la impunidad no siga cabalgando sobre los hombros de tantas víctimas.

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