Pies descalzos

Gustavo Páez Escobar
29 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

En el libro Mi Marulanda inolvidable, de Josué López Jaramillo, me llamó la atención el óleo entronizado en el salón del Concejo, obra que muestra la figura del general Cosme Marulanda, fundador del pueblo en 1877. Por supuesto, bien podemos imaginarnos a este general de las guerras del siglo XIX –que se ganó un puesto eminente en la historia– enmarcado en aureola marcial. Pero no: quien aparece en la pintura es un hombre sencillo, abrigado con gruesa ruana debido al clima glacial de la población y con los pies descalzos.

Ahondando en este caso insólito, vine a saber que el general se destacó por su espíritu cívico y su calor humano. Cumplía las funciones de la guerra como un deber patriótico. Con su vestimenta buscaba no diferenciarse de los trabajadores. Por eso, llevaba los pies descalzos, hábito que era distintivo de la época y que él practicaba como signo de humildad. No le fastidiaba que lo llamaran “el general descalzo”, y además se sentía contento con el trato afectuoso de “don Cosmito” que le prodigaban los vecinos.

Veinte años después de leer el libro de Josué López, me encontré con un caso similar en la novela Guayacanal, de William Ospina. En la portada están los bisabuelos del escritor, Benedicto y Rafaela, con apariencia ceremoniosa: ella, toda vestida de negro, incluyendo los zapatos, y en la mano, una cartera muy femenina como exhibición de atuendo; y él, con vestido de paño oscuro, mostacho categórico –que podría significar el don de mando de aquella época machista–, sombrero inglés y… los pies descalzos.

En tiempos remotos y en algunos sitios del país, sobre todo los rurales, los zapatos eran casi inexistentes. Los pies se endurecían en su contacto con la tierra y casi no se sufrían las asperezas del camino. Las alpargatas solo se usaban para ir al pueblo, sobre todo a la misa del domingo. En esa forma se desempeñó la numerosa prole que tuvieron los padres de Belisario Betancur. Quien rompió la norma fue Belisario, cuando se fue a estudiar al seminario de Yarumal con la ayuda de su tío sacerdote.

Hay otros escenarios en los que la situación comentada entraña especiales significados.

Está el de los carmelitas descalzos, caracterizados por la pobreza y la modestia, quienes al principio andaban sin calzado, luego lo hacían en alpargatas de esparto, y ahora usan sandalias de cuero cerradas en los talones. Los apóstoles de Cristo eran humildes pescadores que recorrían las riberas de los ríos a pie limpio, en busca de la pesca para asegurar la subsistencia. Los fieles musulmanes se quitan los zapatos antes de entrar a las mezquitas. Entre nosotros, existe la Fundación Pies Descalzos, creada por Shakira en 1997 para amparar a los niños pobres y víctimas de la violencia.

En crónica de Juan Gossaín aparecida hace poco en El Tiempo, acerca de varias cartas escritas por García Márquez a la edad de 20 años, salió una foto que encaja muy bien en el tono de esta nota: la del escritor de Macondo sentado frente a un escritorio en actitud de lectura o de escritura y con los pies descalzos. A su lado se aprecian unos zapatos con visible deterioro. Le pregunté a Juan Gossaín si conocía el momento en que se había tomado dicha foto, y él me respondió: “Si mal no recuerdo, es de por allá a comienzos de los años 60, cuando vivía en un humilde hotelito de París, pasando necesidades, y empezaba a escribir El coronel no tiene quien le escriba”.

escritor@gustavopaezescobar.com    

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