Pobreza, economistas y deforestación

Julio Carrizosa Umaña
28 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.

En los últimos días, algunos deforestadores acusados por las autoridades alegan su pobreza para justificar la destrucción de la selva amazónica. Los ambientalistas complejos desde hace muchos años hemos propuesto a los economistas el estudio de estas situaciones en donde el patrimonio ecológico de la nación es destruido para lograr ingresos básicos o para enriquecerse.

Hoy, inclusive en países mucho más ricos, se está hablando de la necesidad de hacer excepciones a las normas fiscales internacionales en caso de que sea necesario invertir para lograr cambios indispensables que mejoren el futuro de las naciones. Estas normas y reglas se acordaron para evitar situaciones inflacionarias como las que afronta Venezuela, pero es muy posible que también hayan sido la causa de las enormes diferencias en la riqueza de los ciudadanos y de la pobreza multigeneracional que obliga a enormes migraciones del África y del Asia , inclusive de América Central. Sin embargo, los economistas que hoy tienen el poder suficiente para sostener estas normas están muy lejos de, por lo menos, reconsiderar su eficiencia.

Esta dureza de algunos economistas de gran prestigio y poder me ha hecho recordar un pequeño ensayo de Bruno Latour y Vincent Lepinay, profesores de Sciences Po y MIT, acerca de un libro olvidado publicado en 1909: la Introducción a la antropología económica, de Gabriel Tarde, en donde, tal vez por primera vez, se planteó que “nada en la economía es objetivo”.

Estos profesores de dos de las instituciones más respetadas del planeta agregan que la economía podría clasificarse como “la ciencia de los intereses apasionados”, y reflexionan: “Entonces qué hicimos durante el siglo XX”.

¿Qué es lo que siguen haciendo los economistas guardianes de la corriente principal en Colombia en el siglo XXI?, agrego yo. No se trata de acusar a la derecha, mucho menos de defender a la izquierda. Estos profesores de Sciences Po y MIT destrozan las teorías apasionadas de Adam Smith y Shumpeter y luego escriben: “A juicio de Tarde, el marxismo ofrece, pues, el peor de los mundos: un aumento de las pasiones y un aumento de la pretensión de objetividad (…) gracias a él se comenzará a odiar en nombre de la ciencia a una escala aún más multiplicada”.

Ese aumento de las pasiones y de los odios en medio de una falsa objetividad fiscal, esas coincidencias de Marx y de Smith, están ahora destruyendo la selva amazónica.

 

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