Sombrero de Mago

“Poetos”, “periodistos” y sexismo lingüístico

Reinaldo Spitaletta
19 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.

El interés por la lengua, su estructura, su organización, morfología y otros aspectos se ha estimulado con las discusiones en torno a si, en este ámbito, el español es sexista, excluyente y discriminatorio con las mujeres. Al mismo tiempo, ha abierto nuevos espacios para la indagación sobre la historia de las mujeres, sus luchas y conquistas de derechos, y acerca de la visibilización o no de las mismas.

El asunto no es de poca monta. Y exige la participación de lingüistas, escritores, historiadores, antropólogos, semiólogos, sociólogos, filólogos, en fin, y aquí ya voy cayendo en el centro del fuego cruzado, porque, claro, no faltarán quienes me acusen de excluyente por no haber escrito, también, la parte femenina de estas disciplinas. Así que otro elemento para la discusión es la economía verbal.

El lenguaje, que igual designa lo figurado, lo metafórico y lo real, está conectado con las realidades a las que nombra. O, para ponerlo más en el foco de los debates filosóficos, las palabras crean las cosas, como lo proclamara, hace siglos, Filón de Alejandría.

La vaina (¿o el vaino?) es más compleja de lo que se supone. Y ha dado para sesudos trabajos, como el escrito hace algún tiempo por el académico español Ignacio Bosque (Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer), ponente de la Nueva Gramática de la lengua española. Y más que para jueces, magistrados y tinterillos que, por supuesto, también tienen derecho a participar en la batahola lingüística que se ha armado, es más para la cuerda de los estudiosos de la lengua, que ya no es la misma con la que Carlos V le hablaba (¿le rezaba?) a su Dios.

La lengua es una manera de designar la llamada realidad y esta, en el caso de las mujeres, ha estado llena de desajustes e injusticias. Marginadas durante muchos siglos, a algunas solo les quedaba la posibilidad de ser monjas o putas; las demás estaban destinadas al espacio doméstico, al mundo de lo privado. Desde luego, hubo discriminaciones de espanto en casos históricos como la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, en la que los de las mujeres no eran reconocidos. Por eso, la gran líder revolucionaria Olympe de Gouges publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en plena Revolución francesa.

El idioma tiende a simplificar la comunicación. A hacerla no solo ágil sino organizada y entendible. Algún feminismo, que no es precisamente el que ha buscado la emancipación social y política de las mujeres, sino más bien de pacotilla, se empeña en cuestionar que haya palabras como poetisa, que les parece despectivo (recuerdo al nadaísta Darío Lemos que decía: “En Colombia solo hay poetisas”), y entonces hay que decirles poeta (lo mismo en profetisa, sacerdotisa, etc. Ahora, la Iglesia tendrá que abrir los altares para que haya sacerdotas).

Las mujeres, por sus combates en la historia, por sus manifestaciones de decoro y dignidad (como las de la “mítica” huelga de señoritas de Bello, en 1920, lideradas por Betsabé Espinal), por su capacidad e inteligencia han logrado visibilizarse en todos los campos. Y cada vez se requiere mayor presencia de ellas en las ciencias, las artes, la cultura, la política. En todo.

La lengua, según su tono y uso, ha discriminado. Ejemplos abundan. El zorro es un justiciero o un tipo astuto y sagaz. La zorra, en cambio, es una buscona. Pasa igual con perro, hombre público, hombre de la vida y sus femeninos. El catálogo es enorme. El cuento es que el masculino genérico en el idioma trasciende el sexo. Ya, hoy, en vista de la visibilización de las mujeres en múltiples profesiones y oficios, se enriqueció la lengua con ingenieras, médicas, abogadas, psicólogas... Y no se necesita, por ejemplo, decir modisto, periodisto, poeto, sastra, estilisto, asistenta, docenta, en fin.

Puede ser que, más que lengua sexista, sean los discursos (los del poder) los que sí lo son. Así que (suena fácil) si no se transforman las sociedades, los lenguajes tampoco cambiarán. Entre tanto, se podría recordar a Crátilo, un profesor de Sócrates, que advertía que “el que conoce los nombres conoce también las cosas”. Tal vez por eso Borges, en uno de sus poemas (¿o poemo?), decía: “En las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”.

El reverbero de la discusión sobre lenguaje excluyente e incluyente se encendió otra vez cuando un juez le ordenó al alcalde de Bogotá que cambiara su eslogan de gobierno: “Bogotá mejor para todos”, al que le debe agregar “y todas”. Lo que dicen en los corrillos de guasones es que con un alcalde como Peñalosa (¿o Peñaloso, joder?) la capital de los colombianos (¿y colombianas?) nunca podrá ser mejor.

 

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