Polarización

José Fernando Isaza
25 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Nuestra cultura política es reacia a aceptar el concepto democrático de gobierno y oposición. En ocasiones, cuando la oposición es una fuerza significativa, se habla de polarización y a esta le atribuyen casi todos los males del país. Para quienes detentan el poder, su modelo ideal es la unanimidad en torno a sus políticas y acciones. En las actuales circunstancias, la llamada polarización es un hecho sociopolítico que sirve, al menos parcialmente, para limitar políticas y ejecutorios francamente dañinos. Si el Gobierno quiere reducir la polarización, debe buscar acercamiento con quienes no apoyan su discutible accionar. No es hacer un llamado a una aceptación servil de su ideario.

Es claro que existe polarización por el anuncio de volver a las fumigaciones con glifosato. En EE. UU. las cortes han condenado a los fabricantes de este peligroso producto por no informar que es potencialmente cancerígeno, pues hay afectados por su uso. El principio de precaución no avala este método de erradicación de cultivos de hoja de coca. Existe una asimetría, pues a quienes promueven esta política, generalmente citadinos colombianos y dirigentes norteamericanos, no les afecta el veneno; los perjudicados son los campesinos que ven aumentar sus enfermedades, la destrucción de sus fuentes de agua y la pérdida de cultivos legales. Debe añadirse la ineficacia de esta política: se fumigan más de 20 hectáreas para erradicar una de hoja de coca. En el desarrollo de la política contra la corrupción tampoco hay unanimidad y sí una creativa polarización. El Gobierno anuncia que no cooptará el Congreso empleando la “mermelada”, pero no se ha opuesto al artículo de la reforma política que les entrega el 25 % del presupuesto nacional de inversión para que lo distribuyan los congresistas. Esto hace que comparativamente la “mermelada” sea plata de bolsillo. Es buscar la gobernabilidad con el presupuesto nacional, pero en grande. La anunciada política de seguridad también genera beneficiosa polarización. Es repetir el concepto de seguridad democrática, que no acabó militarmente con la guerrilla, pero generó todo tipo de violaciones de derechos humanos y estimuló los asesinatos de jóvenes indefensos disfrazados de guerrilleros: los eufemísticamente llamados falsos positivos. Plantear la creación masiva de grupos de informantes evoca los llamados comités de defensa de la revolución, apreciados por las dictaduras de izquierda y derecha. Estos comités en no pocas ocasiones van derivando en grupos paramilitares; en la dictadura venezolana se convirtieron en los “colectivos”, hoy bandas armadas paramilitares de defensa del gobierno, que no escatiman el asesinato para lograr sus fines.

El acuerdo de terminación del conflicto con las Farc, con todas sus limitaciones e imperfecciones, ha permitido una clara reducción de los muertos y de las víctimas de las minas antipersonales. Buscar hacerlo trizas por etapas no concita a la unanimidad para rodear al Gobierno; por el contrario, genera una justificada polarización.

El país había logrado un grado de reconocimiento internacional por el respeto a los compromisos adquiridos y por su política de tener un espectro más amplio de relaciones con el mundo. Hoy parece que solo se atienden los requerimientos de Trump. No parece obvio que todo el país acepte este modelo; oponerse a él, por más que se llame polarización, es una actitud totalmente legítima.

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