Política exterior de facto

Eduardo Barajas Sandoval
22 de mayo de 2018 - 03:30 a. m.

Cuando la política exterior de un país cambia de contenido, según las circunstancias del día a día, corre el riesgo de perder el rumbo.  Si se trata de un país de significación modesta, las consecuencias de su comportamiento errático no son mayores. Pero si se trata de uno de aquellos definitivos para determinar el tono y la intensidad de la vida política mundial, las consecuencias solamente pueden ser negativas, para el protagonista y para todos los demás. 

Amenazar a otros con el poderío militar propio, declarar guerras comerciales, romper unilateralmente tratados, desatar carreras armamentistas, apartarse abruptamente de aliados tradicionales, dejar a la deriva las relaciones con países amigos, definir motu propio, contra las reglas y a riesgo de desatar procesos violentos, qué ciudad debe ser capital de otro estado, mantener al mundo en vilo con anuncios contradictorios, y cambiar de opinión sobre un mismo tema con frecuencia inusitada, no son prácticas corrientes, ni útiles, en materia de política internacional. 

La irrupción de dichas prácticas, que van contra deberes y tradiciones deseables, como la de no utilizar la amenaza como herramienta cotidiana, cumplir las obligaciones derivadas de los tratados, y mantener el diálogo y las alianzas con socios históricos, no solamente descompone el ambiente, sino que afecta la precaria arquitectura del sistema internacional, que ha de funcionar bajo premisas de mutua confianza, que depende todavía, y en gran medida, de la serenidad, la responsabilidad y la buena conducta de las grandes potencias, dentro de las cuales, querámoslo o no, los Estados Unidos, que ahora conducen una política exterior que se conoce fundamentalmente por los hechos, han jugado un papel central desde la Segunda Guerra Mundial. 

La elección de presidente de los Estados Unidos conlleva, no obstante, desde hace casi un siglo, una paradoja particular: las motivaciones fundamentales de la escogencia de Jefe de la Unión, tienen que ver con asuntos internos, pero una vez elegido adquiere responsabilidades de primer orden como protagonista de la vida internacional.  Así, personajes que jamás habían figurado en el escenario, ni participado en discusiones y mucho menos en acciones de naturaleza internacional, terminan por asumir, como pueden, el deber de interpretar el mundo, o escoger entre las opciones que les presentan sus asesores.

Los contrapesos que en el paradigmático sistema político de los Estados Unidos moderan el poder del presidente, pierden fuerza y capacidad de equilibrio cuando se trata de acciones exteriores. Ya en el amplio espacio del mundo las dinámicas políticas y económicas de las relaciones con otras potencias y grupos tienen a reemplazar a la oposición en el Congreso. De ahí que el escenario sea tentador, en el sentido de que se vuelve favorable al pragmatismo y el oportunismo, bajo premisas de una ideología elemental, como aquella de “América primero”, que tiene significación y consecuencias diferentes el interior y al exterior de la Unión Americana. 

No faltan los admiradores de “resultados positivos” de política exterior, que atribuyen a la mano dura de la Casa Blanca frente a oponentes como el jefe de Corea del Norte. Sin caer en cuenta que desde el punto de vista norcoreano fue Kim quien obligó a Trump a prometer trasladarse a Singapur para un encuentro personal “entre dos grandes potencias”. Ese sentimiento de admiración a ultranza hacia la política internacional del presidente de los Estados Unidos no parece advertir el hecho de que su fundamento parece ser apenas prolongación del lema de la campaña interna, que los devuelve años atrás, y que funciona de una u otra manera, según los hechos, o las oportunidades, que se vayan presentando.  

Dentro de los cálculos de política exterior de diferentes países y regiones, no es posible ignorar las consecuencias futuras de ese protagonismo ambivalente, marcado por el capricho de una arrogancia que por otra parte solamente representa el aislamiento voluntario de los Estados Unidos, en la medida que su actual liderazgo ha decidido emprender una marcha solitaria que despoja al país de esa condición de confiabilidad y liderazgo que todos los presidentes de la postguerra han tratado de preservar, sobre la base de unos valores que obligan al ejercicio responsable y prudente del poder. 

Con sus socios “históricos” y “naturales” obligados a tocar al oído, a raíz de la inconsistencia y la pérdida de confianza y credibilidad de su política exterior, la Casa Blanca introduce un ingrediente generalizado de falta de claridad en el funcionamiento de las relaciones internacionales.  Si sus amigos tradicionales sienten el impacto de la desafección, y buscan nuevas formas de agrupamiento y alianzas con perspectivas, sus contradictores con mayor razón se afianzarán en la distancia y la desconfianza. A ese paso el tono del conjunto de la comunidad internacional, querámoslo o no, entra en una etapa inconveniente de incertidumbre. 

Cuando termine esta era de evidente improvisación, seguramente los Estados Unidos deberán acometer la tarea paciente y dispendiosa de volver a ocupar en el mundo un lugar y a ejercer una función que coincida de manera más nítida no solo con su tradición sino con aquellos valores y principios que ese mismo país trató de ayudar a construir. Entonces una de las tareas prioritarias será la de afianzar nuevamente alianzas que por ahora se ven seriamente afectadas, como aquella que por décadas le ha unido a la Europa occidental, que ha perdido confianza y se ha visto obligada a hacer una lectura y señalar una perspectiva distinta, no solo de sus relaciones transatlánticas sino de otras dimensiones, como lo hacen de manera visionaria la Canciller alemana y el Presidente francés, obligados a entrar en diálogos en una dirección diferente, por ejemplo, en el caso alemán, con la mirada puesta hacia Moscú. 

Si nuevas miradas y nuevas alianzas se consolidan, con actores diferentes, en otras regiones, de pronto en unos años será tarde para los Estados Unidos. Por eso todos aquellos que, en razón de la geografía y la historia han estado ligados a la unión norteamericana, deben ir mirando también por su parte cuáles son sus mejores opciones futuras.

 

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