¡Populistas!

Santiago Gamboa
03 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

Con frecuencia la política colombiana se parece demasiado al fútbol colombiano, es decir con escaso talento y muchos empujones, patadas y madrazos. Es lo que vemos por estos días. Candidatos al Congreso para los cuales hacer campaña consiste únicamente en insultar y atacar a sus rivales, del mismo modo que para los malos futbolistas jugar fútbol consiste sólo en repartir patadas a los adversarios. El rey de las patadas es el temible Dr. Uribe, cuya estrella protectora es realmente prodigiosa. Sin que a la justicia le preocupe el origen de su buena suerte, todas las acusaciones que le vienen haciendo desde hace años mueren porque a un testigo clave “se le olvidó” algo, o sencillamente porque a alguien le dio miedo. En cualquier otro país, esta buena suerte ya habría llamado la atención de la policía. ¿Puede ser inocente alguien al que los testigos le tienen tanto miedo?

Su última metamorfosis, el joven Iván Duque, no tiene cara de malo sino de bobo. O de tonto útil, con sus ricitos canos y sus mejillas rosadas. Por imitar el acento y copiar los gestos de Uribe perdió su frescura, su calculada doncellez. Hoy su principal rival es Vargas Lleras, el muchachón de apellidos bien que aspira a dirigir esta hacienda que él cree que le pertenece, como lo creen también los Pastrana. “¡Este país es nuestro!”, grita. Está siempre tan bravo como sólo pueden estarlo esos niños consentidos e hijos de papi criados en bellas haciendas sabaneras, o en fincas cafeteras de tierra caliente, o en casas coloniales cerca del mar, ante la posibilidad de que alguien que no es de su club les pueda quitar la gerencia de su finca, con vista a dos océanos y tan cerca de Miami. Y eso que ante Ordóñez, destituido por corrupto y que a pesar de todo conservó durante un año 16 carros de escolta pagados con nuestros impuestos, todos parecen mansas ovejas. A Ordóñez sólo le falta pedir que se restablezca la esclavitud para los afros y los indígenas. Y ni hablar de la Cabal, cuya carcajada siniestra se parece tanto a la de Carlos Castaño, justificando el asesinato de los jóvenes de Soacha. ¿Qué le está pasando a Colombia?

Pero si alguien propone algo a favor de las clases más pobres, de inmediato lo acusan de populista. “¡Populista!”. Ellos, que hacen la política a favor de sí mismos y sus amigos o financiadores, se consideran los verdaderos demócratas. Como el doctor Sarmiento Angulo o el doctor Ardila Lülle. Grandes demócratas, porque su ideario coincide con sus intereses. La gente humilde no puede hacer lo mismo, votar por aquello que le favorece. Eso sería malo y populista. No, señor. Lo correcto es que los pobres voten por lo que le conviene a los ricos, como recomienda no sólo Vargas Lleras, sino incluso Vargas Llosa. Así es que la democracia funciona y sube el PIB. El PIB de ellos. Porque Petro, piensa Vargas Lleras, es como si el hijo de la empleada viniera a sentarse a la oficina del doctor. Y Fajardo no está mal, pero es un hippie que quiere hacer escuelas en los campos de golf, y eso también es castrochavismo. Todo eso dicen, pero la verdad es que Petro y Fajardo son los únicos que están leyendo e interpretando con lucidez los cambios que hoy vive este país. Y por eso hay que apoyarlos, a ellos y a sus listas.

 

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