Costas extrañas

Precisiones sobre la crítica literaria (y una respuesta a Jursich)

J. D. Torres Duarte
26 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Pedro Adrián Zuluaga, crítico de cine de Arcadia, expuso en redes algunos comentarios sobre una columna que publiqué en este espacio, dedicada a poner una nota de inconformidad sobre la ausencia de crítica literaria en diarios y revistas con un alcance más o menos masivo. Zuluaga afirmó que la columna sufría de miopía al reducir la tarea del crítico a dar una valoración positiva o negativa sobre una obra literaria y que, al darla, a fin de cuentas imponía un canon artístico con el que mi publicación, en apariencia, estaba en desacuerdo.

Creo que tiene razón y quisiera lanzar unas especulaciones adicionales sobre esos puntos.

En efecto, suponer que un crítico existe sólo para clasificar obras entre dos o tres categorías estrechas (buenas, malas, regulares) es corto de vistas. La tarea de calificar con números y estrellas está reservada para los malos jurados. En cambio, sí creo que una valoración inicial, si bien no representa un valor absoluto, es al menos el punto de partida para una argumentación donde, ahí sí, se cuestionan los valores estéticos de las obras. Dicho de otro modo, la valoración (opinar que es buena o mala o regular, con esas o con otras palabras) es apenas un medio (incluso un medio retórico) para avanzar hacia elementos más determinantes.

La valoración podría parecer una estampa burda, reductora e inútil porque hace mutis sobre el fondo y define un mundo de un plumazo. Sin embargo, esas valoraciones son, en parte, las partículas que diferencian a la crítica de una mera reseña o de una apreciación paisajística de las obras. Las formas literarias, en últimas, son también un campo de combate intelectual. Y en un combate se apunta a objetos precisos.

Esa valoración, además, no supone una posición inamovible y entrañable. El ejercicio genuino de la crítica muestra que es posible que una obra sea mala, pero explore valores literarios interesantes, o que sea buena pero conserve un cierto aire de formol que la hace casi prescindible. La crítica se agita en un territorio gris, de definiciones alternas y subjetivas, que al fin y al cabo permiten una flexibilidad lógica y estética. Como todo ejercicio de la razón, la crítica literaria no debería estar destinada al estancamiento.

Su flexibilidad depende, sobre todo, de los mecanismos a los que acude. La crítica también tiene una variedad de formas, como la literatura. Quisiera acudir a dos ejemplos que cité en esa columna. Por un lado, J. M. Coetzee. En uno de sus más recientes libros de ensayo, Coetzee explora la obra de Samuel Beckett (más que su obra, su fondo sombrío) a través de una situación de ficción. En vez de auxiliarse con los útiles de siempre, como una exploración biográfica o puramente estética, Coetzee inventa una situación (con unos simios, perfectos compañeros beckettianos), expone a sus personajes a modificaciones que han sufrido también algunos personajes de Beckett y vislumbra al fin el mecanismo de fondo de sus obras. Es un ejercicio de comprensión que, además, indica por qué se debería leer a Beckett.

Por otro lado, Joseph Brodsky. En español, Brodsky es más recordado por sus dos libros de ensayos (Menos que uno y Del dolor y la razón) que por su poesía. En el ensayo titulado September 1st 1939 de W. H. Auden, el autor ruso desarma el poema estrofa por estrofa, e incluso verso por verso, para discernir su composición (sus rimas singulares, su metro, sus elecciones verbales), pero también su intención ética (el canto lírico de un hombre inconforme con su tiempo).

Se trata de diseccionar, no sólo para entender, sino para mesurar: el poema deja de ser de pronto una máquina enrevesada y toma un aspecto vivo y multiforme, mientras el crítico le hace justicia a una obra minimizada o malquerida. En ocasiones, ni siquiera los autores entienden muy bien qué escribieron.

Ambos ejercicios fueron publicados en revistas estadounidenses y son el justo ejemplo de lo que escasea en los medios colombianos (y que en cambio en los estadounidenses, como la Critic At Large de The New Yorker, parece un animal frecuente). Ambos valoran una obra, de manera explícita o implícita, pero se desplazan después hacia terrenos incluso ajenos a esa obra para encontrar otras respuestas, otros rumbos, como el ensayo que escribe V. S. Naipaul sobre la perspectiva literaria discutiendo sobre Salambó de Flaubert y luego sobre Los comentarios de Julio César. Más allá de las obras y del autor, en ocasiones el interés del crítico es absorbido por el tema, el método o los contrastes.

Aunque parezca una añoranza inútil del pasado, un pasado donde en los diarios que llegan a un público general se abrían debates literarios, en realidad se trata de un reclamo por lo básico. La crítica hace parte del periodismo diario y la cultura no debería estar exenta de ella.

Queda un punto por discutir: ¿valorar una obra es incluirla por defecto en un canon (o expulsarla de él)? Depende, sobre todo, de la mecánica de la crítica. Entre más amplia y compleja sea la crítica, entre menos acuda a los juicios fáciles, será más difícil que exista un canon. La variedad, creo, terminará por poner ese canon en declive. El canon, por definición, es una lista de representantes indiscutibles de una tradición. Pero el ejercicio crítico es todo lo contrario: es móvil, evalúa de nuevo el pasado, supone que los valores literarios eluden una clasificación simple. Si la crítica se ejecuta con destreza, es posible que ese canon se transforme apenas en una guía de lectura sometida a un examen constante. No hay quizás otro modo de que esa literatura siga viva.

CODA

Mario Jursich también criticó la columna en la que me oponía al hecho de que en los medios masivos y en algunas publicaciones periódicas no existiera la crítica literaria o estuviera reducida a unos pocos reseñistas. Para demostrar que parto de un presupuesto falso y que carezco de curiosidad intelectual (y que vivo “en un precario mundito interior”), Jursich respondió con una lista de libros dedicados a hacer crítica literaria.

Es cierto: hay numerosos libros, académicos y no tanto, volcados hacia la crítica juiciosa de literatura. Gracias por estipular lo obvio. Es comprensible que quiera exhibir su conocimiento bibliográfico para reafirmar su estatus intelectual, pero de eso no trataba la columna, sino de la ausencia de debates literarios en medios con una audiencia general (como El Tiempo, El Espectador y los diarios regionales), una audiencia distinta de la de las publicaciones académicas o literarias de nicho (¿habrá leído al menos hasta el segundo párrafo donde se enlistan esos medios y esas revistas?). Ante esa afirmación, en cambio, Jursich no presenta ninguna prueba que se oponga.

Me reclama, además, por no intentar hacer algo desde esta tribuna diminuta para remediar la ausencia de crítica, aunque una búsqueda sencilla le habría arrojado las 23 columnas previas dedicadas a la literatura.

Componer una lista ajena al tema no es sólo caricaturizar los argumentos de su oponente para ganar el debate con bufonerías, sino también enseñar su aparente perspicacia tomando el camino más simplón en busca del aplauso fácil. Parece que su vigorosa curiosidad periodística no le alcanzó para discernir el propósito explícito de la columna. Saludos del arquetipo barbudo.

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