Presidente: gobierne

Pablo Felipe Robledo
14 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Desde que puedo votar he visto gobernar a siete presidentes. Digo esto porque, a excepción de lo que vivimos en la presidencia de Samper por cuenta de los dineros del Cartel de Cali, no recuerdo un mandatario recién posesionado con tan alto nivel de incertidumbre. Es más, usted se ve despistado, como perdido en un bosque.

Lo digo con tristeza, pero sobre todo con enorme preocupación. Lo que escribo no me alegra, pero me es inevitable callarlo. Y lo hago con el único propósito de contribuir a que usted entienda que le llegó la inaplazable hora de ponerse a gobernar.

Usted vive en “fuera de lugar”, como dirían en el fútbol, una de sus pasiones al lado, claro está, de la de tocar cuanta guitarra ve, bailar con destreza, entregar camisetas de la selección y recibir cantantes para proponerles que sean alcaldes, pues cantar y gobernar serían como lo mismo.

Es increíble que un presidente joven, carismático e inteligente como usted en los mejores días de su mandato no haya hecho nada importante y, lo peor, esté dando señales de desesperanza tanto a los críticos expertos como a los ciudadanos del común, quienes lo tratan de improvisador, por decir lo menos. Por andar faranduleando se está desperdiciando.

Usted no ha logrado consolidar una agenda legislativa que le permita ni siquiera hacer realidad un par de sus promesas. No ha logrado afianzar una gobernabilidad, y menos aún, sacar de la oposición a su partido. Tampoco ha logrado concretar la ruta de su cuatrienio y menos, mostrarse como un estadista con norte.

Los asuntos económicos, enredados, empezando por su deslegitimado ministro de Hacienda. Sumada a los bonos de agua está la “genial” idea de gravar con IVA a la canasta familiar, lo que muestra el talante del gobierno: los poderosos por encima de todos. A Carrasquilla, incluso, le tocó hacer “famoso” a su inexperto viceministro, a quien puso a explicar ante los medios la insensible reforma tributaria.

El desarrollo económico está sometido a un cuento llamado “economía naranja” que es algo parecido al sorprendente “cambiar el petróleo por aguacates”. No sabíamos que eso existía y ahora ni lo entendemos.

Presidente, escribo esta columna con la esperanza de que entienda que hace rato se terminó la campaña, que fue elegido y que, estando o no preparado, le toca gobernar. Madurar biche es una opción.

Estoy seguro de que aún hay margen para corregir y dedicar su tiempo a lo importante, pero debe actuar rápido. Ya cumplió 100 días y el balance es malo. No se exponga a que creamos que no es capaz o que no tiene el carácter para gobernar. Si deja que el agua le llegue al cuello, nadie podrá salvarlo. Las oportunidades están contadas, así uno no lo crea.

Dicen que su problema es que quiere quedar bien con todos. Y así no es. De hecho, una famosa frase que le atribuyen a Woody Allen, exponente de lo que usted llama la economía naranja, nos enseña: “No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo”.

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