Productividad

José Fernando Isaza
05 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

El discurso de “adecuar los programas de estudios a lo que el país necesita” no es nuevo. En las leyes educativas de 1900, se define como prioridad que la educación para los campesinos y los pobres debe ser centrada en el cultivo de las parcelas y en los oficios básicos. Las clases dirigentes orientaban sus estudios al bachillerato clásico, que les permitía acceder a la burocracia.

A partir del plebiscito de 1957, que ordena destinar al menos un 10 % del presupuesto a la educación, la escolaridad muestra avances, de 3,1 años en 1957 se pasa a 4,2 en 1970 y hoy se sitúa en 7,4 años.

En 2015 el número de estudiantes en educación superior llegó a 2’293.000, duplicándose en el período 2003-2015. El número de graduados en el período 2001-2012 alcanzó 4’291.000, incluyendo profesionales, técnicos y tecnólogos. En el año 1960 el número de estudiantes universitarios no superaba los 60.000. Somos un país más escolarizado, ¿sí seremos más educados?

Hacia 1970 la educación básica humanista se empezó a modificar por una más pragmática, menos diletante, más ajustada a la realidad de la economía, a lo que requiera la industria. El lenguaje ayuda: para menospreciar a alguien se le llama “un teórico”. Se inicia la supresión de las cátedras de historia y filosofía. La geometría deja de enseñarse como un sistema lógico deductivo y da paso al simple cálculo de áreas y volúmenes sencillos. ¿Para qué un mínimo de rigor si lo que se quiere es el cálculo de ladrillos y baldosas? Se priva a quien no va a ser un matemático de la enseñanza de un método lógico deductivo. Se entiende que aun personas educadas confunden las condiciones necesarias con las suficientes.

Las facultades de ingeniería ajustan sus currículos, disminuyendo la matemática y la física “no aplicada”.

Si el resultado hubiera sido un aumento de la productividad, al menos podrían justificarse parcialmente los cambios. Las asignaturas “inútiles” (literatura, historia, ciencia política, teoría matemática, filosofía...) son básicas para formar el razonamiento complejo, que permite enfrentar los grandes retos de la sociedad y la vida.

Los resultados de estas políticas medidas en su efecto sobre la productividad han sido desastrosos. La productividad anualizada, en el período de 1967-1974 creció al 2,09 %, luego empezó a mostrar descensos y en algunos períodos (1980-1985) fue negativa: -0,16 %. En el período 1970-1994 fue del 0,83 % .Entre 1998 y 2018 la productividad creció menos del 1 % anual. Puede afirmarse que somos más escolarizados y menos productivos. Se sacrificó la enseñanza humanística sin obtener los resultados buscados.

El PIB de Colombia en el 2018 fue 30 veces mayor que el de 1960. Si se toma como indicador de modernidad el número de ingenieros graduados, en 1960 era 2.414, en el 2018 superan los 550.000, es decir 227 veces más que en 1960. Difícilmente puede concluirse que el ajuste logró los resultados esperados.

Las cifras sobre productividad se refieren a la productividad total, mano de obra e inversión, esta última ha mostrado crecimientos superiores a la productividad del trabajo.

El pretender formar profesionales con una limitada visión del mundo y enfocada más en su desempeño laboral no solo está creando barreras a su papel como ciudadanos, sino que lejos de impulsar la economía la puede estar debilitando. No se debe “entrenar” profesionales, ese término es más adecuado para la domesticación de los animales; se debe formar ciudadanos.

 

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