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A propósito de nada

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Aura Lucía Mera
02 de febrero de 2010 - 01:02 a. m.
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SE TERMINA EL HAY FESTIVAL. UNA mariamulata (no la alcaldesa) clava su pico en la piscina, sin importarle el fuerte sabor a cloro. Tiene sed.

Mira, alza el vuelo y su cola se abre en tijereta. Sus plumas negro azul contrastan con un cielo que se abre espacio en el amanecer en el que la luna se disuelve en el calor del día envuelta en platas. Una familia de pelícanos roza la espuma del mar y los picos se clavan para alzarse verticales con el pez que se retuerce en el aire. El viento se está marchando a otros lugares y ya el sol canicular y un calor pesado y quieto se va apoderando del Corralito de Piedra.

Los noticieros cuentan en imágenes cómo Europa se congela y ventiscas heladas petrifican los peatones de las ciudades alemanas. Por acá no lo creemos. Caminar cien metros puede significar derretirse en las calles empedradas. Ya el Salón de Prensa del Hay recogió sus ordenadores. Cajas de cartón se apilan en los anchos corredores del Santa Clara. Vargas Llosa camina medio despistado, tal vez con la cabeza llena del ruido de los aplausos que le agradecieron sus intervenciones. Paolo Giordano añora tal vez la soledad de sus Números primos, porque estudiantes, mochileros, jetseteros y cuchibarbies quieren verlo, tocarlo si es posible, y recibir una mirada de esos ojos de efebo romano de color miel. El poeta Ibrahim, tras sus gafas redondas se asoma a este trópico salvaje y sonríe nostálgico pensando en su Palestina amada, que dista mucho de llegar siquiera a albergar la esperanza de la paz. McEwan camina sin escoltas, a sus anchas por los viejos claustros, tal vez pensando en encontrarse con el imprevisto que será el inicio de alguna próxima novela magistral. Un periodista extranjero, pide a gritos un masaje, porque lo agarró el estrés.

Ana María Aponte al fin puede abrazar sus mellizas de ojos aguamarina. Siempre sonriente supo, una vez más, sortear el caos, los egos, las histerias de los corresponsales en la sala de prensa, donde se escribe la crónica, se dispara la anécdota, y sin que el público lo perciba, se cuecen todas las pasiones que suscita este maravilloso y único encuentro anual que los colombianos tenemos con la palabra escrita, filmada, bailada y recitada. Los egos revueltos de la escritura quieren saber si saldrán en alguna página de cualquier periódico nacional o un segundo en la pantalla chica. Los más taquilleros coparon claustros y recintos. No necesariamente fueron las mejores intervenciones. Personalmente siempre me inclino hacia los escritores que no resuenan en el marketing de forma tan contundente, pero que muchas veces son los que más sorprenden con sus obras y los que nos muestran nuevos horizontes.

Cristina Fuentes La Roche y Peter Florence pueden dormir tranquilos el resto del año. Se lucieron, como siempre. Nos llevaron a miles de colombianos a desconectarnos de la política, de la parapolítica, de los ADN podridos, de la carrera obscena por acaparar curules a como dé el tejo... Mil gracias. Hasta el próximo enero.

Mientras exista el Hay, hay esperanza. Hay ganas de seguir viviendo, leyendo, soñando y descubriendo. Que nunca, jamás de los jamases, dejen estos quijotes soñadores de traernos este regalo de año nuevo. Necesitamos volver a hacer la cola para ingresar en el Heredia y agarrar un asiento en Santo Domingo. Necesitamos volvernos a encontrar con los pelos revueltos, los sombreros desaparecidos, los pantalones de lino ajados, necesitamos esta sopa de letras llena de vitaminas para el alma para poder continuar el polvoriento callejón de la rutina tremenda en este convulsionado y desbrujulado país.

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