Protesta estratégica y responsable

Juan Pablo Ruiz Soto
26 de noviembre de 2019 - 02:05 p. m.

En este momento, en que el país se encuentra convulsionado, la protesta tiene que ejercerse de manera estratégica y responsable. No se trata de generar el máximo caos posible para exigir la renuncia de Duque. El Comité Nacional de Paro ha demostrado gran oportunidad y capacidad de convocatoria. Ahora, debe actuar con serenidad y entrar a conversar y negociar. No será fácil, pues intereses muy diversos mueven a los colombianos. Sin embargo, mayoritariamente no se pretende desinstitucionalizar el país, sino aportar en su construcción.

Dependiendo de los resultados de esa negociación, las mayorías, es decir, la respuesta agregada de cada uno al llamado de un tercero, encontrarán o no argumentos para seguir protestando. La democracia obliga a respetar el sentir mayoritario. Hay muchas herramientas que hacen de la movilización social pacífica y organizada una fuerza arrasadora. Hoy, el mayor obstáculo son las provocaciones violentas, movidas por intereses minoritarios, que buscan desvirtuarla o apropiarla. Una protesta mal encauzada es terreno fértil para el desorden, el caos y la afectación social de las mayorías.

Los enemigos de la protesta democrática usan la violencia de múltiples formas, y esta parece tener financiación de diverso origen. En las redes sociales, gracias a la determinación de la ciudadanía, todo se está registrando y comunicando. Ya no depende de los medios tradicionales —prensa, radio y televisión— que el país conozca cuándo y dónde se comete un atropello; estos medios están perdiendo poder.

Cuando la Fuerza Pública abusa o genera desorden es registrado y los registros se transmiten a la velocidad de la luz. Lo mismo, cuando los civiles —o gente vestida de civil— cometen un atropello. En cada teléfono móvil hay una cámara, cada usuario es un testigo potencial y se han registrado eventos indignantes: encapuchados que golpean a policías y policías que golpean a ciudadanos indefensos o disparan proyectiles contundentes contra ciudadanos desarmados; encapuchados que se meten a viviendas familiares para atemorizar a los ciudadanos del común; encapuchados que, al ser desenmascarados, confiesan haber sido pagados para generar desorden; bárbaros que se autocondenan a prisión divulgando la manera como, con su propia mano, destruyen bienes públicos. Todo ha sido registrado; la ciudadanía vigila. Ahora el gran reto es para la justicia, pues hay responsables e inocentes.

La respuesta pacífica a la violencia exige nuevas estrategias para ejercer la protesta. La transformación social no requiere destrucción ni violencia. La oscuridad favorece a los violentos. Soy partidario de no convocar acciones que impliquen movilizaciones nocturnas. Hacerlo es abonar el campo para que los violentos aprovechen la oscuridad y la conviertan en aliada. La guerra es negocio para unas minorías y justificación para aumentar el presupuesto de Ejército y Policía, afectando el de salud, educación y gestión ambiental. Dejarse seducir por la violencia es ingenuo e irresponsable, pues las mayorías perdemos.

La protesta pacífica del 21N fue masiva. Hasta las 5 p.m. todo marchaba muy bien, pero ya se sentía que las minorías y los oportunistas querían generar desorden y desvirtuarla; estaban rondando, así lo sentí. Los extremos siempre estarán atentos a irrumpir; algunos por convicción, otros por un pago.

La movilización masiva forzó al diálogo. Podemos anticipar que el resultado de las conversaciones y negociaciones no dejará contentos a todos, pero debemos avanzar. Apoyemos a quienes hemos elegido recientemente como gobernantes locales y a quienes lideraron la convocatoria a la movilización. Respetemos la vida y el derecho a la diferencia. Busquemos alternativas constructivas y avancemos.

Postdata. Indignación por la muerte de Dilan Cruz. Esta columna fue entregada el lunes antes de las 5 p.m. 

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