¿Qué pasa en el periodismo?

Santiago Gamboa
22 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

El rifirrafe de Vicky Dávila con Hassan Nassar, la posterior columna de la periodista poniendo las cosas en su lugar y su cierre con la entrevista a Aida Merlano dejan varios temas dignos de reflexión. Del primer hecho, la pelea al aire, hay algo que para mí es muy claro. Por más que Vicky Dávila se excedió en sus divertidos insultos, el que comenzó la bronca y la puyó de un modo perverso fue el otro. El procedimiento de Hassan es una conocida práctica mafiosa: “Cállese, mija, que usted también está untada”, fue lo que quiso sugerirle el impresentable vocero del Gobierno, pretendiendo igualar una fiesta infantil con una misión periodística. Cualquiera, en esa situación, habría reaccionado mal.

Lo curioso empezó a partir de ahí, pues pocos medios de comunicación le dieron espacio a la noticia. Los comentaristas habituales la ignoraron, salvo quienes hicieron vagas críticas. Hubo opiniones rápidas o condenas por Twitter, pero desde muy lejos, sin entrar en el meollo de la discusión que, para mí, tenía que ver con las relaciones entre el Gobierno y la prensa. La pregunta debió ser: ¿será el “estilo corleone” de Hassan el modo en que el gobierno Duque piensa manejar, a partir de ahora, su diálogo con los medios? Un tremendo cambio, pues su antecesor, Álvaro García, fue siempre correcto. Al ver el poco desarrollo de la noticia, llegué a pensar que el modo chantajista y retorcido de Hassan había ahuyentado a los demás, que prefirieron ahorrarse una pelotera y, tal vez, que les sacaran a su vez algún trapo al sol.

La columna “Me equivoqué”, de Vicky Dávila, aumentó mi curiosidad, pues en ella, aparte de pedir excusas, la periodista desenmascara y retira la manta sobre la profesión, diciendo cosas gravísimas: que hay periodistas que obtienen favores y cargos del Gobierno, que hay periodistas que reciben coimas y beneficios por parte de las fuentes que cubren, que hay periodistas que reciben puestos para familiares y amigos. Esto me pareció valeroso, y pensé que llegaría al periodismo una especie de purga, tal vez necesaria. Pero, de nuevo, no pasó nada. Pocos la comentaron, los más influyentes no dijeron nada. El tema que yo esperaba ver desarrollado no era las excusas de Vicky, de algún modo justas, sino el de la corrupción en el periodismo. Pero silencio, ni una palabra. Extraño porque es un silencio ensordecedor, lleno de preguntas que se acumulan. Yo sí he oído mencionar el modo en que algunos periodistas deportivos negociaban con los pases de jóvenes futbolistas, fustigando a los seleccionadores para que los “valorizaran”, y me han comentado también de algún importante columnista de opinión que es a la vez asesor de una casa política de la Costa. ¿Por qué no se dio ese debate? Misterio. No sé si el silencio sea para no hacer crecer una llamarada en la que muchos pueden salir quemados, o si es un desplante a Vicky Dávila por haber hecho esa denuncia de un modo tan fuerte. Lo cierto es que la entrevista a Aída Merlano tuvo parecida suerte: más silencio que análisis, como si hubiera un pacto para no darle profundidad a un testimonio tan valioso y de semejante relevancia política. Acabo, pues, esta columna con más dudas de las que tenía al empezarla. ¿Qué pasa en el periodismo colombiano?

 

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