Es porque los gobernantes no son capaces de hablar con el pueblo cuando este se desespera y exige, por lo que aquí tienen que terminar hablando con bandas de secuestradores y de masacradores después de años de desangre y de cientos de miles de muertos.
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Es porque trazan tantas líneas rojas de legalidad inflexible ante la justa indignación de aquellos a los que nunca protegió esa misma legalidad, por lo que Colombia lleva siglos girando en la noria de guerras que estallan en el acto y de procesos de paz lentos, tardíos y casi imposibles, que nunca nos devuelven la paz.
El propio Álvaro Uribe, que negoció con los paramilitares, ahora le exige al presidente reprimir a los manifestantes; y Santos, mientras dialogaba con las guerrillas, dijo con una sonrisa que el tal paro agrario no existía. Aquí acaban firmando la paz con todo el mundo, menos con el pueblo.
Para que los gobiernos sean legítimos no basta que hayan sido elegidos en los dudosos y corruptos procesos electorales que aquí han eternizado en el poder a las minorías y que siempre han impedido el triunfo de las mayorías, como dice el tango, “por la plata, por la tumba, por el voto o el facón”.
Esa legalidad que tan celosa y ferozmente defienden los gobiernos con el cuchillo entre los dientes a la hora de reprimir a los descontentos no fue defendida nunca con el mismo denuedo para ayudarles a vivir, para garantizarles los bienes elementales del mundo.
En estos días hemos oído mucho a quienes lo tienen todo, invocando la ley en nombre del derecho a comer y quejándose de las incomodidades y las injusticias de unos días de paro. Lo hacen después de meses de paro decretados por el Gobierno, que no sirvieron para impedir que Colombia fuera uno de los países más catastróficos en cifras de la actual pandemia.
Bien decía el poeta que hay gente que solo se preocupa por la injusticia cuando alguna injusticia la toca, pero nunca piensa en la injusticia cuando la padecen los demás. Este país, señoras y señores, lleva muchas décadas carcomido por una injusticia que clama al cielo.
Lo que va a tener que cambiar aquí no es la actitud de unos gobiernos que se niegan a hablar con quien pise la alfombra donde ellos no dijeron, sino la manera misma de gobernar. Ya va llegando la hora de que sea el Gobierno el que le pida audiencia al pueblo. Para que el ciudadano pueda cumplir la ley, el Estado tiene que cumplirla primero, y ya estamos hartos de respetar una ley que no nos respeta.
¿Elegimos gobiernos solo para que mantengan al pueblo en una espera eterna? ¿Mantenemos un Estado para que eternice el desorden, la injusticia, la desigualdad, para que haga crecer de ese modo la desesperación, y para que, cuando esa desesperación ya no puede más y estalla, levante las supuestas armas de la patria contra la patria misma, que es su gente?
300.000 muertos en la guerra de los Mil Días, 300.000 muertos en la violencia de los años 50, 300.000 muertos en la guerra de asaltos, secuestros, despojos, emboscadas, masacres y motosierras de la guerra del fin de siglo, ¿y vienen a decirnos que tenemos un Estado que nos protege?
Casi un millón de víctimas, casi todos civiles y pobres, ¿y vienen a decirnos que se justifica tener unas fuerzas armadas inmensas que se devoran la cuarta parte del presupuesto, una deuda que se devora otra cuarta parte, y una burocracia que se devora el resto? ¿Y no hay una carretera completa de doble calzada entre las dos principales ciudades del país? ¿Y hay que pagar peajes carísimos cada 30 kilómetros como si nos deslizáramos por autopistas suizas? ¿Y además hay que inclinarse con miedo ante Su Excelencia? El país que tolere eso y todo lo demás, que es miserable y atroz, se lo merece.
Yo también creo que este Gobierno corre el riesgo de caer. Por vanidoso, por insensible, por ciego, pero sobre todo por su incapacidad de situarse al nivel de los ciudadanos y escucharlos con humildad, con respeto. Estos políticos infatuados creen que estamos suplicando misericordia, porque por allá arriba, donde los pusimos a vivir, no se sabe nada de compasión ni de igualdad.
Pero que nadie venga a decirnos que lo que tenemos es apenas un mal Gobierno: porque allí se van a atrincherar los cómplices de todos los gobiernos anteriores, para borrar una crisis que se ha ido gestando por décadas, un colapso de los valores democráticos y de los valores humanos, un desorden histórico que hace de Colombia uno de los países más desiguales, más injustos y más violentos del mundo.
Qué alivio para los Uribes, los Santos, los Pastranas y los Gavirias descargar en el inepto Duque todas las responsabilidades de esa enfermedad crónica que es la política colombiana, que mató a Uribe Uribe, y puso en el cepo a Quintín Lame, y mató a Gaitán y después masacró al gaitanismo, y arrojó a Camilo Torres a la violencia desesperada, y engendró las guerrillas, las mafias, los paramilitares, las bandas criminales.
Aquí va a nacer una nueva legalidad, pero primero tiene que hacerse sentir el pueblo que la va a dictar.