Que se largue

Juan David Ochoa
12 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

El fiscal general, Néstor Humberto Martínez Neira, el más aberrante y caradura en la larga historia oscura de Colombia, sigue en su trono ileso, sonriente y sereno entre la tempestad que lo deja en evidencia contra las supersticiones de su defensa y sus pretextos. No lo intimida nada aunque tres muertos sigan hablando a sus pies con tarros sospechosos de cianuro y testimonios inconclusos. No lo intimidó tampoco la renuncia del director de Medicina Legal, Carlos Valdés, quien después de siete años en el cargo demostrando un profesionalismo serio confesó extrañamente errores infantiles en la necropsia de Jorge Pizano, el testigo fundamental que esclarecería las coimas que el fiscal ha tratado desde el principio con risas de hiena en los mismos audios que no lo han podido tumbar aunque sean pruebas contundentes.

Sus esporádicas apariciones para explicar tanta oscuridad y escándalo bajo su nombre se han limitado a un reduccionismo delirante: revelaciones de dioses con pruebas oportunas para contrarrestar las acusaciones que lo señalan desde todos los flancos, estadísticas misteriosas que explican la posibilidad de morir con cianuro justo antes de testificar y demostraciones públicas de su celular en vivo y en directo para que todos le crean, aunque lo llamen voceros del paramilitarismo justo en el mismo momento. Ha utilizado las pruebas científicas de la entidad que siempre actúa subordinada a su cargo para demostrar un sustento oficial, pero las pruebas sobre el principal testigo muerto resultaron ser falsas, el director de Medicina Legal abandonó su cargo repentinamente y no hay nada ni nadie que pueda ahora restituirle la pulcritud institucional a una entidad que de repente ha entregado comunicados falsos en el caso que exigía la más alta transparencia y el más agudo de los tecnicismos. Los otros cuerpos de esta escalada de muertos convenientes para los culpables que aún permanecen en la invisibilidad no han podido ser explicados convincentemente. Nadie puede creer ahora ninguno de los comunicados recientes si el primero fue una burla y una farsa redonda. Nadie acepta ahora las explicaciones superficiales de la misma Fiscalía General que tiene un astronómico conflicto de intereses con los inversionistas principales de la empresa central del escándalo. Nadie puede asimilar que se mueran de repente los testigos principales que afectarían los intereses de los inversionistas por un ataque súbito de depresión y una dosis letal con el mismo veneno.

Mientras tanto, Néstor Humberto Martínez permanece en la sombra; ha decidido ausentarse de los reflectores y el bullicio y espera en silencio que este escándalo sea uno más de los millares que han azotado a este país perturbado desde siempre y se han olvidado entre la impunidad y el viento, pero antes de ocultarse se aseguró de amenazar a todos los que lo nombran con el poder absoluto de la Fiscalía General en su defensa el pasado 27 de noviembre en el Congreso. Dejó muy claro de dónde provienen las interceptaciones y el seguimiento, de dónde surgen los señalamientos y dónde está la oficialidad del poder que determina quién merece la celda o la libertad para todos los raseros de la ley. Bajo su nombre se destruye otra más de las instituciones desprestigiadas de Colombia. Toda esta marea de asco y repulsión no soporta un ultraje más sobre los muertos y el erario saqueado. Que se largue ahora.

 

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