¿Qué significa ser feminista?

María Ximena Dávila C.
01 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Hoy las feministas debemos habitar un mundo dominado por una paradoja: a pesar de haber logrado tanto, la corriente contra la que luchamos parece no desacelerar. Con los años —dirían quienes son mayores que yo— el cambio social se puede apreciar, pero los obstáculos no desaparecen.

Gracias al feminismo las mujeres podemos tener abortos legales en la mayoría de los países de la región, podemos acceder a salud sexual y reproductiva, hemos impulsado leyes que reconocen la violencia de género, hemos puesto en discusión el trabajo de cuidado. Poco a poco, y en unos lugares más que en otros, el feminismo ha logrado que las mujeres cuenten en la ley. Hasta ahí, muchos dirían que hemos ganado. Pero el encanto de las leyes se hace borroso cuando la realidad nos anuncia que a las mujeres nos siguen matando todos los días, que somos quienes enfrentamos las mayores violencias en las guerras y las migraciones forzadas, que seguimos llevando las cargas del hogar y que, ahora más que nunca, los sectores conservadores y religiosos tienen una cruzada contra el feminismo. ¿Cómo darle sentido a esta época en la que a la vez tenemos todo y nada? ¿Cómo celebrar los triunfos y al mismo tiempo contestar las amenazas?

Quizás esta paradoja —la de celebrar unas cosas y perder otras— no llega por sorpresa. Los derechos de las mujeres han sido siempre campos de disputa en los que gracias a una lucha colectiva se ha podido obtener una ley, una sentencia o un reconocimiento. Pero nunca se gana del todo. Es como si cada victoria viniera con un costo: el del cansancio de defenderla casi indefinidamente.

Ante un contexto así, no dejo de preguntarme qué significa ser feminista hoy, cuando al mismo tiempo sentimos que podemos ganar y perder todo. Quiero pensar que puedo encontrar la respuesta al observar a quienes nos heredaron esta lucha. De ellas aprendí que ser feminista es vivir entre la paciencia y la efervescencia. Pensar desde la espera, pero actuar con las ansias de cambiar todo de inmediato.

Por eso, como feminista, no me queda más que ubicarme en medio de la inescapable paradoja y verla como una invitación, quizás forzada, a revitalizar el movimiento, a unirnos, a esperar y a aceptar las contradicciones que acompañan toda lucha social.

 

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