Quejadera perpetua

Mauricio Rubio
05 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Algunas feministas celebran poco los logros de las mujeres. Como víctimas, su consigna es reclamar, exigir, siempre pedir más.

De los 17 ministerios del gabinete socialista de Pedro Sánchez, nuevo presidente español, las mujeres obtuvieron 11, incluyendo carteras tradicionalmente masculinas como Economía, Hacienda o Interior. En lugar de festejar, la feminista Marta Fraile anotó que este excepcional grupo ha logrado romper el llamado techo de cristal, pero que su trabajo y resultados se juzgarán “con mayor severidad y de forma más negativa que los de los hombres”. Así, las pobrecitas ministras acabarán “atrapadas en el acantilado de cristal”: esa incómoda situación de incertidumbre, percepción de peligro y miedo al fracaso que produce en las mujeres “niveles de estrés y presión muy elevados”, insoportables. El drama es tan evidente que no requiere elaboración. Le faltó agregar que volverán a la casa cada noche a lavar y planchar.

El feminismo local tampoco celebró que una mujer resultara elegida por primera vez, y por voto popular, vicepresidenta de Colombia. Marta Lucía Ramírez (MLR) anunció que trabajará incansablemente por todas las mujeres —“campesinas, blancas, negras, indígenas”—, pero fue boicoteada en redes sociales. Feministas de varias regiones le espetaron que se equivocaba al creerse representante de todas las colombianas. No solo le reprocharon su posición conservadora ante la adopción gay y el aborto, sino que la tildaron de sanguinaria, machista e ignorante. MLR “no me representa como mujer, no me representa como feminista”, sentenció una de ellas. “Me reafirmo en algo muy simple: no debemos celebrar a una mujer por el hecho de ser mujer, ni celebrar sus triunfos como un triunfo de todas las mujeres”, confirmó otra mandando al diablo la supuesta sororidad femenina universal.

Lo insólito es que este contundente rechazo se produjo antes de que la nueva vicepresidenta propusiera políticas específicas, o programas para la mujer. A pesar de la retórica sobre las ventajas de la educación femenina, no importó su desempeño académico y profesional: graduarse con las mejores notas, pagarse la carrera, hacer varias especializaciones. Quienes no cesan de machacar la necesidad de tolerancia e inclusión se oponen doctrinariamente a una mujer por sus ideas. En estos reclamos está implícita la solicitud de prohibir que alguien de derecha ocupe cargos públicos reservados para personas realmente comprometidas y sensibles a los intereses del pueblo y la puebla. Al protestar buscan que la ley deje de ser igual para todas y se convierta en privilegio: para ejercer ciertos cargos públicos se requeriría una ideología específica y algunos votos deberían contar más que otros.

Sería ingenuo pensar que la quejadera perpetua de lo que Javier Benegas denomina “feminismo corporativo” (FC) es asunto de pureza ideológica, de búsqueda de perfección en unas relaciones de género idealizadas. Las plañideras también tienen una agenda más pedestre: promover sus propias carreras. Para Benegas, “resulta bastante sospechoso que se ponga el foco en determinados sectores profesionales, casualmente aquellos que resultan más cercanos y atractivos a las activistas… La razón es sencilla, el FC es por definición un movimiento elitista, integrado por mujeres de clase media que aspiran a mejorar su posición por encima de sus méritos. Son personas que buscan en el activismo su ascensor social… Raro es ver movilizaciones similares en actividades que resultan de escaso interés para las activistas”.

La taimada competencia incluye el acceso a ayudas y beneficios repartidos por un sector público empeñado en rescatar víctimas marginadas y sometidas. Así se trate de 11 poderosas ministras que, a pesar de ser socialistas y representar a todas y todos, serán discriminadas. Marta Fraile, la aguafiestas de la celebración por un gabinete con tan alta proporción de mujeres, hace parte de esa privilegiada burocracia que dedica su vida a detectar minucias, cristales y micromachismos que impiden alcanzar una engañosa y siempre trunca igualdad.

Es bien probable que las militantes mal representadas por MLR también hagan parte de ese corporativismo burocrático y académico que, además de lamentarse, aprovecha los recursos destinados a mejorar la situación de la mujer. La tirria del feminismo progre con la nueva vicepresidenta es triple. Primero, fue modelo publicitaria, una herejía mayor. Segundo, los anunciados y anhelados fondos para reconstruir a Colombia y alcanzar la paz con enfoque de género cambiarán de beneficiarias, alejándose de La Resistencia. Tercero, porque “no hay nada que desagrade más a las nuevas feministas que las mujeres esforzadas, esas que, motu proprio, trabajan duro en vez de sumarse a su causa”. La militancia debe añorar a Astrid Cristancho quien, a pesar de su monumental descache, la fallida denuncia por acoso contra el defensor del Pueblo, no fue despojada de su apresurada vocería de las víctimas del patriarcado: tiene pésimo currículo pero enorme capacidad para quejarse y manipular información en función de las luchas feministas. 

* Facultad de Economía – Externado de Colombia.

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