Vengo de Colombia, una nación atormentada, que ha perdido a sus mejores líderes, en busca de una paz que se nos resbala de las manos cada vez que creemos que ya la estamos consiguiendo.
Escuché sus discursos de triunfo y de esperanza. Nada nos vendría mejor que nos ayuden a encontrar también en este país esa unión que ustedes buscan en el suyo. Nada mejor que les hagan entender a nuestros dirigentes —sobre todo de las extremas derecha e izquierda— que Estados Unidos ya no estará del lado de los que siembran odio y viven de la mentira y la división.
Sus palabras le calzan a Colombia con exactitud: “Démonos una oportunidad. Es tiempo de abandonar la retórica brutal. Bajarle a la temperatura. Volvernos a mirar. Volvernos a escuchar. Para progresar tenemos que dejar de tratarnos como enemigos. No somos enemigos”.
Necesitamos, vicepresidenta electa Kamala, que inspiren a nuestra dirigencia política que no tiene consciencia de cómo su discurso intoxica a la nación.
Nuestros varios uribes y petros y sus megáfonos podrían bajarle a la estridencia y a la cizaña, más en un país que necesita recuperar con urgencia el camino que nos lleve a ponerle fin a la violencia. Cada declaración insultante sube la temperatura, incendia e invita a los matones a sentirse con licencia para amedrentar, con balas y amenazas. 591 agresiones contra defensores de derechos humanos en el primer semestre de este año, con todo y cuarentena, frente a 59 casos en 2019. Otra epidemia invisible.
Usted, presidente electo, dijo que sus compatriotas lo habían convocado a “alinear las fuerzas de la decencia y de la justicia”. Pues desde los países de esta región le pedimos lo mismo. Ayude a restaurar las efectivas misiones anticorrupción en Guatemala y en Honduras, arrasadas por el sucesor de Obama, y extiéndalas a este país.
Vean a Colombia con ojos nuevos. Aquí los habitantes del campo llevan años esperando un Plan Marshall. Ya no es tiempo de planes Colombia con tanques para perseguir raspachines. Campesinos y granjeros necesitan bienes públicos, títulos formales de sus tierras, crédito y que el gobierno Duque trace una política de seguridad (que aún no tiene), en la que los defensores civiles de los derechos y de la ley sean los principales aliados y no los enemigos. Sólo así impediremos que el crimen organizado coja raíz allí donde recién está llegando.
Joe, usted pidió anoche que “dejemos que esta era siniestra de la demonización empiece a cesar, aquí y ahora”. Extienda por favor esa meta para Colombia. No más imponer fumigaciones con veneno Made in USA, ni la retórica tan dañina como el glifosato que intenta justificar. Campesinos con poco apoyo se empeñan en reemplazar los cultivos de coca por cacao, turismo, frutales. Si Estados Unidos vuelve a poner allí el foco, podría ayudar a transformar ese problema en una doble solución: eliminar cultivos ilícitos y desarrollar el campo.
También nos vendría bien que acompañen a Venezuela, otra nación sufrida, a sustituir pacíficamente a un liderazgo equivocado y corroído por el autoritarismo y la codicia. Pero no usen a Colombia de peón de una guerra sucia, sino más bien de mediador transparente de una salida viable.
Usted, Joe, dijo que su “nación ha sido moldeada por la constante batalla entre sus mejores ángeles y sus más oscuros impulsos”. Lo mismo le digo de la nuestra. Si hubiera aquí más justicia social, una seguridad sostenible que se arraigue en el bienestar y la confianza en la gente, y unos gobiernos que lideren “no por el ejemplo de su poder, sino por el poder de su ejemplo”, nuestros mejores ángeles estarían ganando la pelea.