Raza colombiana: miedo, rabia y acero

Arturo Guerrero
31 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

Estos son los tres componentes de los que resulta la casta de los colombianos. El dato básico es el miedo. El miedo, en altísimo porcentaje de la población, engendra la rabia. También en esa gran proporción asoma la resistencia del acero.

Los habitantes de esta nación nacen del miedo, nacen con miedo. Desde cuando son plantación en el vientre, sus madres les envían las punzadas del miedo. No siempre este proviene de la violencia física, aunque los ojos morados cada vez son más frecuentes.

Lo usual es que el miedo flote en el aire de la culpabilidad moral y religiosa o del embarazo no deseado o de la sorda inquietud de traer un ser a este mundo donde nadie cabe. Saberse rechazado o aceptado a más no poder y a última hora, es una marca tenebrosa.

El eventual idilio de los primeros meses se cambia pronto en desconcierto frente a esos gritos, esas palabras escupidas con acento de infierno, esos silencios producidos por el hielo de la indefensión en la espalda.

A continuación viene lo que ya se sabe: angustia de los mayores sobre cómo conseguir la plata, cómo estirar el sueldito hasta la cuarta semana, cómo torear al jefe intimidador y a los compañeros competitivos. Ni hablar de la batalla en las calles, en los caminos culebreros.

Día a día se amontona la rabia en el estómago, la timidez en la cabeza, los impulsos por acabar hasta con el nido de la perra. Claro que algunos bajan la cabeza, se humillan, no alcanzan suficiente grado de rabia para romper el mundo. Otros en cambio se juntan, contrabandean armas, abrazan algún dogma, matan y mueren.

El miedo se vuelve negocio. Líderes astutos y malencarados aprenden a vivir de él. Proporcionan a la gente dosis paulatinas de pavor para poner a todos contra todos. Dividen y vencen. Cargan de tigre a aquellos niños no deseados. Llevan a los hermanos a darse en la cara, marica.

Es entonces cuando aparece el tercer componente de la nacionalidad, el acero. Los especialistas lo llaman resiliencia, palabra que con nadadito de perro pasó de la jerga petulante a la charla callejera.

En Colombia los hombres de acero no son los soldados. Son los mismos miedosos y rabiosos a los que García Márquez atribuye como rasgo central el rebusque. Por encima del terror y de la furia, mantienen un temple indestructible. No se dejan derrotar, renacen de las radiaciones de la bomba nuclear.

Las mujeres con campeonas del acero. Los hombres rápidamente se mueren, no tienen gracia, disparan, son abatidos y ya. En contraste, ellas tienen que amarrar las vigas del mundo, ablandar piedras en la olla, dar de beber viento deslactosado a los sobrevivientes.

A pesar del pánico centenario y de la cólera machetera, los colombianos se ríen desdentados, rasgan músicas cumbieras en guitarras sin cuerdas, cosechan naranjas con espinas, se entrelazan un poco borrachos en bailes de despecho. En todo caso, ´salen adelante´ que es la aspiración de cualquier pobre.

Nadie descifra la raza colombiana, porque ni ella misma se refleja en el espejo.

arturoguerreror@gmail.com

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