¿Recordar es vivir?

Francisco Gutiérrez Sanín
29 de junio de 2018 - 07:00 a. m.

A raíz de la elección de Duque, toda una cantidad de analistas y de políticos prácticos ha pronosticado el regreso triunfal del centro. No sé muy bien qué entiendan por “centro”, pero da la impresión de que están pensando en una política cortés, sin agravios ni estridencias. Si me apuran tendré que confesar que una parte de mí quiere que tal expectativa se haga realidad. Pero eso tiene tantas probabilidades de suceder como la que tiene Dinamarca de ganar la Copa Mundo: casi cero.

Es que esa expectativa no está tomando en cuenta el tamaño enorme de las apuestas involucradas en la política de hoy. Por ejemplo, en una columna en Semana titulada “Jubilar a Petro”, José Manuel Acevedo plantea también el retiro —más paulatino, pero inevitable— de Uribe. Entonces, tendríamos una “derecha moderna” y una “oposición constructiva”. No sé si Acevedo lea a su vecino a sólo un par de páginas de distancia —me refiero a Coronell— pero si lo hiciera atentamente entendería que Uribe no va a irse por muchas razones, comenzando por la potísima de que no puede. Uribe necesita protección desde el poder para él y los suyos; pues es difícil subirse a un tigre, pero lo es aún más bajarse de él. No se trata, claro, de asuntos de personalidades, sino de lo que está involucrado en esta política, en esta que nos tocó vivir. ¿Creen que el uribismo, con los apoyos sociales que tiene, puede arreglárselas sin desmontar la restitución de tierras, sin promover agresivas políticas sociales (para los suyos), sin proteger a sus miembros y a sus representados de cualquier acción judicial efectiva, para no hablar de bloquear la apuesta por la verdad involucrada en el proceso de paz? Que pueda querer que su partido ponga en práctica estos planes sin madrazos es positivo (aunque ni siquiera veo esto muy realizable), pero eso no nos evitará los conflictos serios que están por venir.

Es que Colombia es un caso particular de un mundo que va en una dirección inquietante, y no por casualidad. Debajo de las extravagancias de Trump hay cambios demográficos, tecnológicos e institucionales profundos e irreversibles. Esto, a propósito, ha debilitado sustancialmente toda una serie de restricciones internacionales que le ataron las manos a Uribe, pero que ya no operan hoy. Cierto: algunos políticos extraordinarios —verbigracia Angela Merkel— han logrado en esencia gobernar sobre los viejos pactos. Pero en general estos están saltando en pedazos. O están tenidos con babas, como en la Francia de un Macron que cae en picada.

Pero además esa política bonita, ¿sí lo era tanto? El centrismo por el que hoy suspira una parte de Colombia no fue tan lindo como se supone. Durante mucho tiempo fui creo que el único analista que reivindicó al Frente Nacional como uno de los períodos más constructivos en la historia del país; lo sigo haciendo. Pero precisamente por no poder cosechar los frutos de sus propuestas a partir de una política programática generó las semillas de su propia destrucción: lo dije en mi libro y lo sigo pensando. En el fondo, parte de toda esta alarma por la “polarización” podría ser pura nostalgia por el retorno a la única política que conocemos: una política de apuestas chiquitas, la “conversación entre caballeros” como la caracterizó el estudioso norteamericano Alexander Wilde, todo lo contrario de la “derecha moderna” por la que suspira Acevedo.

No estoy predicando la ferocidad, que deploro profundamente, ni la radicalidad. Necesitamos una política decente y no de choque. En algún momento tendremos que encontrar, como los uruguayos —para poner un buen ejemplo latinoamericano— nuestro nuevo “acuerdo sobre lo fundamental”. Pero subrayando “nuevo”. Parecería que vamos hacia una política programática, con todos sus problemas pero también con todas sus ventajas; no tratemos de volver atrás, comenzando porque no se puede, sino de hacer el tránsito civilizadamente.

 

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