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Reformar o normalizar

Francisco Gutiérrez Sanín
05 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.

Estamos a cinco años de la firma del Acuerdo de Paz. Desde entonces, muchas cosas, grandes y chiquitas, me han sorprendido sobre nuestros esfuerzos y discursos pacifistas. Una de ellas fue la conclusión por parte de Víctor Manuel Moncayo según la cual nuestros conflictos armados se debían al capitalismo (en un documento para una comisión a la cual también pertenecí).

Moncayo, exrector de la Universidad Nacional, ha escrito muchas cosas valiosas e interesantes, pero no creo que esta sea una de ellas (aunque advierto que cito de memoria). La proposición hace agua por todos los lados. Basta un minuto de reflexión para darse cuenta de que hay muchas violencias sin capitalismo y muchos capitalismos cuyas violencias son cuantitativa y cualitativamente muy diferentes a las nuestras. Nueva Zelandia es tan capitalista como nosotros; en muchos sentidos, de hecho, más. Y con seguridad tiene enormes problemas. Pero son diferentes. Miren no más su política y/o su tasa de homicidios.

¿Con seguridad ese país es un estándar poco realista para que nos comparemos con él? Al fin y al cabo, tiene entre seis y siete veces más producto interno bruto per cápita que nosotros. De acuerdo, aunque entonces no saquemos pecho con la entrada a la OCDE y cosas semejantes. Pero si miramos a nuestro alrededor y nos comparamos con nuestros vecinos, veremos que nuestro querido país aparece también aquí como el mal alumno de la clase en una materia fundamental: el respeto a la vida. Aunque la tasa de homicidios se ha mantenido a la baja, seguimos siendo uno de los países más violentos de la región y, peor aún, mantenemos la justificación de la violencia más extrema desde las alturas contra poblaciones vulnerables que desde ciertos círculos son consideradas “peligrosas” o “desechables”.

¿Por qué se puede mantener la infame guerra química (cuyo próximo capítulo ya anunciado con seguridad producirá muertos) contra el campesinado cocalero? Esas cosas no les pasan a nuestros vecinos Perú y Bolivia. Tampoco ocurren en el pobrísimo y aún invadido Afganistán (con un PIB per cápita entre diez y doce veces menor al nuestro). ¿Por qué el presidente puede callar (aún lo hace mientras escribo estas líneas), sin convertirse en un paria político y moral, sobre el grotesco y mortífero capítulo de los “falsos positivos”?

No busquen la respuesta a estas preguntas, que requieren de contestación urgente, en “el capitalismo”. De hecho, hay ya toda una literatura académica de muy buena calidad acerca de “las variedades del capitalismo”: este es un producto histórico que viene en muchas modalidades y empaques. Bueno: en nuestra variedad hay hechos y dinámicas que resultarían inconcebibles en otras. Por eso estamos como estamos.

Eso nos debería alertar sobre nuestras capacidades de ajuste y cambio. A juzgar por los desenlaces (el único criterio que vale aquí), las capacidades reformistas incluso de sectores políticos claramente bien intencionados han resultado limitadísimas, ciertamente mucho menores de lo que se necesita. Creo que a esto es a lo que se refería Hirschman cuando hablaba de “fracasomanía”. No a señalar que hay cosas que salen mal, porque muchas lo hacen, sino a la necesidad, en algunos contextos, de negar todo el pasado y anunciar el apocalipsis para obtener resultados que en el fondo son más bien modestos y lógicos. ¿Será que logramos superar nuestras limitaciones reformistas en punto a defensa de la vida sin caer en la fracasomanía?

La guerra química y los mal llamados falsos positivos son aquí pruebas de fuego. A raíz de un valioso informe que sacó Noticias Caracol sobre estos últimos, varias figuras públicas a quienes aprecio como ciudadano manifestaron su alarma. Ella me parece perfectamente genuina. Pero, creo, también insuficiente. ¿Qué harán? ¿Qué proponen? ¿Qué cambios necesitamos? Digo esto no para agredir —“trolear”, un verbo del nuevo ciberléxico que me encanta—, sino porque pienso que necesitamos promover un reformismo capaz de producir transformaciones que salven vidas.

 

Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:34 p. m.
Podemos admitir que las medidas que se establecen para luchar contra la pandemia pertenecen a un orden distinto a las habituales, pues sus características y sus efectos son mortales. Sin embargo, en la lucha que debe emprender un líder social, competente e ilustrado no dogmático, desde el comienzo de su carrera profesional cualquiera que ésta sea, es otra bien distinta:
  • Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:45 p. m.
    ....distinta a la supuesta lucha que se desprende de la mirada del actual Estado Autoritario -el actual gobierno rebasa todo antecedente- diferente de esta cruzada autoritaria que, bajo otras condiciones de salubridad (similares a las generadas por la canalla de la Ley 100) asume a cada colombiano como sujeto de una oscurantista concepción biológica y una cruda represión del Establecimiento..
  • Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:37 p. m.
    ...como lo decía el eugenésico Laureano Gómez hace 100 años, en plena Generación del Centenario: 1910-920: el problema de Colombia es el colombiano espurio: el negro, el indio, el guache, el obrero, el campesino: cada uno de estos completados con miaos, es un potencial 'paciente colombiano'. Es la peste.
Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:30 p. m.
Lo anterior transpira puro pensamiento neoliberal, es decir CAPITALISTA. El colombiano/infectado/enfermo es la enfermedad; lo que justifica la aplicación de duras medidas para eliminarlo: sistema de salud pública nacido con la Apertura de cesargaviriatrujillo; con la epifanía del señor que hoy volvió a burlarse de la justicia. Lo que aporta otro punto en contra de tu descache, profesor Francisco:
  • Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 11:14 p. m.
    ...dándole todas las garantías al sector privado, el CAPITALISMO DESREGULARIZÓ el trabajo, la educación, la salud y por lo que vemos en el búnker y en Paloquemao: también la JUSTICIA COLOMBIANA ESTÁ DESREGULARIZADA. In nuce, la desregularizó en 1991 el parto "ingenuo y procaz a la vez" de la Corte Constitucional, y del engendro de Belzebú para Colombia llamado Fiscal General de la Nación.
  • -(-)05 de marzo de 2021 - 10:32 p. m.
    Este comentario fue borrado.
Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:27 p. m.
La peste, la pandemia, los múltiples virus que azotan a Colombia no son objeto de solución del ministerio de Salud. También “hacen agua” por cada rincón de la “institucionalidad” que, su merced, acepta como susceptible de mejorar a través de reformas.
  • Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:28 p. m.
    A la fecha, hasta el sol de hoy, la Constitución de 1991 lleva más 30 reformas y Colombia, gracias a esta pródiga reformitis, tan del gusto de las burguesías liberales de Londres, Nueva Zalanada incluidas, ha hecho de la nación entera, Flor del jardín del Edén en América Latina.
Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:26 p. m.
Desde arriba, desde la mirada del Establecimiento, solo hay una solución. Una medicina concreta y precisa para vencer la peste: el pueblo colombiano resentido e indisciplina al que nada le sirve: aislarlos a punta de Smad, en la periférica provincia con las FFAA que, al mismo tiempo, garanticen el medro de las bacrims. Así se aísla el problema colombiano definido por la belleza de Laureano Gómez.
Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:23 p. m.
Aislar a tanto negro bembón, al de Buenaventura, al de Nariño, Cauca del Valle o al de ambos urabás, pa’que no jodan. Aislarlos para que no estorben las mil reformas fiscales que llevamos desde tiempos del bálsamo del Revolcón...
  • Lorenzo(2045)05 de marzo de 2021 - 10:24 p. m.
    ...aislarlos con otra y otra y otra reforma económica gatopardista que salvaguarde las condiciones de reproducción del Capital financiero y extractivista, cuyas bondades sobre la salud económica del sector informal el columnista considera irrelevante traer a cuento.
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