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Reformas

Alberto Carrasquilla
19 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.

Colombia es un país prolífico en generar, por iniciativa del Gobierno de turno, excelentes documentos técnicos cuyo propósito inicial es la discusión serena de alternativas para enfrentar problemas complejos de política pública.

 Hace un par de meses, por ejemplo, la ciudadanía conoció una serie de trabajos muy buenos sobre el tema de la institucionalidad cafetera y, en estos mismos momentos, laboran una nueva misión rural y otra que mirará la estructura tributaria del país. En épocas pasadas han existido comisiones para el análisis del sistema educativo, las finanzas públicas regionales, el gasto público, el empleo, la infraestructura, y así.

A mi me encanta lo que producen estas comisiones y soy un gran aficionado a los documentos, generalmente estupendos, que se escriben. También he tendido a sentir un poco de frustración ya que no siempre hay correspondencia adecuada entre la elevadísima calidad del conjunto de diagnósticos y recomendaciones, de un lado, y las decisiones prácticas de política pública subsecuentes, de otra. Se me ocurre que esta falta de correspondencia es, en si mismo, un tema interesante para analizar con cuidado y al respecto van tres hipótesis.

La primera hipótesis se podría llamar el principio de la inconveniencia innata. A las comisiones usualmente se les dan términos de referencia complejos en la parte técnica, por supuesto y como debe ser. Pero al mismo tiempo dichos términos de referencia suelen contener la discusión de políticas vigentes que han sido, por largo tiempo, tan fuertemente cuestionadas por los expertos como religiosamente defendidos por los beneficiarios de sus mieles, que suelen ser pocos y muy organizados. Los informes comisionados nacen, de esta manera, en el centro de una disputa entre lo que los estudiosos han considerado, de tiempo atrás, el bien común y un interés particular fuertemente arraigado en el espinazo institucional. La hipótesis es que este partido, aquí y en Cafarnaúm, lo gana casi siempre el interés enquistado y lo pierde casi siempre el bien común. Las instituciones, por malas que sean, suelen contener los mecanismos necesarios para perpetuarse.

La pregunta obvia, y la segunda hipótesis, gira alrededor de las razones por las cuales existen tantas comisiones si la propensión marginal al archivo de sus recomendaciones es tan alta. Yo creo que aquí hace falta subrayar un hecho importante y es el peso relativamente elevado en Colombia de lo que podríamos llamar la tecnocracia dentro de la burocracia nacional. Quizás desde el Frente Nacional los políticos han delegado en los técnicos parte importante de la responsabilidad por las decisiones en materia económica, sacrificando alguito de poder, pero comprando continuidad y estabilidad.  Los técnicos comparten entre si, a su vez, un paradigma que podríamos llamar prudente, o al menos muy adverso a los extremos, comprando alguito de poder a cambio de sacrificar alguito el deseo de implementar sus certezas. Pues bien, los técnicos y los políticos frecuentemente divergen en cuanto a la necesidad de liderar alguna iniciativa de política pública, los técnicos tienden a alinearse con políticas impopulares pero sólidas conceptualmente, los políticos tienden a alinearse con el status quo. Una manera de resolver esta divergencia es delegando el arbitraje de su tratamiento a la comisión de turno, de tal suerte que, ante la posteridad, ni el político queda como el terco autoritario ni el técnico queda como el ciego a las reformas importantes. De esta manera, la hipótesis verificable es que entre más divergentes sean las dos posiciones y entre más credibilidad tenga el equipo económico por fuera del Gobierno, mas comisiones se habrán de emprender.

La tercera hipótesis se podría llamar el principio del “algo queda, Lady Thatcher, algo queda”. Por más polvo que acumulen en los anaqueles del desprecio, los informes aguantan varias pruebas, empezando por su tradicional calidad, y salen, de cuando en vez, a gozar un merecido rato al sol. Los colombianos jóvenes, al menos en mi salón de clase, se enteran, por ejemplo, que hace 50 años había informes que alertaban sobre la inviabilidad del esquema pensional recién estrenado y la necesidad de reformarlo para salvarlo. O que hace 30, como lo recordó recientemente Juan Carlos Gómez,  hubo propuestas para eliminar los impuestos a la nómina y mejorar la calidad del empleo. Y mil ejemplos más que ambientan mi hipótesis: Lady Thatcher alguna vez dijo que para ganar una batalla, uno puede necesitar pelearla muchas veces. Las comisiones colombianas generan trabajos de enorme calidad que encarnan un poderoso material bélico a favor del bien común y de cara a la siguiente batalla. Y a la que le sigue.     

 

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