Región salida del mapa

Héctor Abad Faciolince
28 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Mataje es un pueblo y queda en Ecuador; Mataje es también un río y, aunque nace en Ecuador, la parte final de su curso, hasta llegar al Pacífico, al sur de Tumaco, marca la frontera entre Ecuador y Colombia. Uno oye “mataje” y puede pensar en matas, pero suena también a matar, a matazón. Y sí, en Mataje ha habido varias masacres en los últimos años (45 campesinos ecuatorianos y colombianos en 2003). La última matanza, la más conocida, la de dos periodistas y un chofer ecuatorianos, empezó en Mataje el 26 de marzo de este año. Ellos se llamaban Javier Ortega, periodista de El Comercio de Quito, Paúl Rivas, fotógrafo del mismo medio, y Efraín Segarra, conductor.

La historia de su secuestro, de las negociaciones del gobierno ecuatoriano para lograr su liberación, y de su asesinato con tiros de gracia en la cabeza, por órdenes de Guacho, jefe del Frente Oliver Sinisterra (una disidencia dedicada al narcotráfico y no desmovilizada de las Farc), es horrenda y está envuelta en brumas. Las narraciones más detalladas del crimen, de las confusas y contradictorias versiones de los dos gobiernos, y la reconstrucción de las circunstancias de su cruel asesinato a sangre fría, fueron publicadas esta semana y comprenden varios reportajes hechos por un consorcio de periodistas independientes. Pueden leer aquí los detalles.

Tras leer el informe, seco y desgarrador, busqué a Mataje en mi atlas de Colombia, y luego en Google Maps. No está. El río sí se ve serpentear hacia el océano, también se ve una carretera ecuatoriana, la E15, que viene de San Lorenzo y llega hasta el río, pero el punto de llegada no tiene nombre. Por ahí, en todo caso, deben de estar Mataje y Mataje Nuevo. Del lado colombiano no hay carreteras, que se sepa, o que los mapas nos muestren. Estamos ante una “región salida del mapa”, en palabras de De Greiff.

Pero la investigación publicada en “Forbidden Stories” y en “Verdad Abierta” da datos interesantes: del lado ecuatoriano no hay plantaciones de coca; el colombiano, en cambio, tiene las plantaciones de coca más extensas del país. Los campesinos, de una u otra nacionalidad, cruzan el río para cultivar la hoja y para producir la base que luego los grupos armados que operan en Colombia convierten en cocaína y sacan, bien sea por ese río, o por otro que corre paralelo al Mataje, el Mira, más cerca de Tumaco.

La política del gobierno ecuatoriano, se deduce, ha sido pragmática: si los narcos no cultivan la coca en su territorio, y si no cometen atentados, el ejército y las autoridades de ese país cierran un ojo. Si Guacho hizo atentados, secuestró y mató a otros ecuatorianos, y terminó matando a los periodistas, fue porque el gobierno ecuatoriano se metió con ellos, apresó a tres de sus amigos, y firmó un acuerdo con Colombia para combatir el narcotráfico. Ecuador estaba dispuesto a liberar a los compinches de Guacho, a cambio de los periodistas, pero no tuvo tiempo.

La impresión que queda del Estado colombiano es desolador: no domina el territorio, no tiene vías de penetración, dice combatir la producción y el tráfico de coca y cocaína, pero no tiene una política coherente. No es pragmático, como Ecuador (que se desentiende), ni tampoco es eficiente en la supuesta política de combate frontal a los grupos armados y al tráfico de cocaína. Se sospecha complicidad, chantaje o compra de nuestras autoridades por parte de los grupos ilegales. En Colombia pasa siempre lo peor. Incluso el horrendo asesinato de los periodistas ocurrió a la orilla derecha del río.

Si uno compara el crimen de Khashoggi, el periodista saudí, con el de los periodistas ecuatorianos, se da cuenta de que el primero es un crimen de Estado de un gobierno que no solo domina su territorio sino hasta fuera de sus fronteras. En el caso de los periodistas asesinados en Colombia vemos unos gobiernos que, menos mal, no han matado a los periodistas, pero son incapaces de protegerlos y de dominar siquiera el territorio nacional.

 

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