El segundo dilema que confronta la izquierda tiene que ver con la crítica situación del presente. En dicha situación, las fuerzas del cambio se encuentran a la defensiva y es el statu quo el que amenaza preservarse.
Como en Brasil tras el pasado domingo, cuando miles de personas en la avenida Paulista solicitaron la salida de Dilma Rousseff y algunos al ejército o los EE.UU. regresar a la dictadura y la violencia contra los petistas “para salvarnos del comunismo”.
Como en España tras el descenso de Podemos en las encuestas y el aparente fracaso de la estrategia de hacerse al poder rápidamente, en desmedro de la más lenta construcción política del movimiento social.
O en Grecia, tras la presión ejercida sobre Alexis Tsipras para aceptar el retiro forzado del euro o más austeridad punitiva.
¿Fue un error insistir en la vía democrática para transformar los estados latinoamericanos y la Eurozona, y al tiempo permanecer en el poder o en la UE? Antes de lamentarse, los hechos: en Brasil, el gobierno del PT ha insistido en que se permita a los investigadores de Lava Jato llevar a cabo sus pesquisas de manera autónoma, así ello implique a altos funcionarios del partido de gobierno, aleje al Gobierno de sus congresistas implicados, y mine la popularidad de Rousseff.
Ello ha permitido al PT disponer la agenda alrededor de la corrupción como un fenómeno generalizado que afecta tanto al Gobierno como a la oposición, y al sector privado que la provoca tanto como al público. La oposición ha sido incapaz por ello de presentarse como una alternativa real y elegible, por ejemplo, frente a Lula, o adelantar un proceso de destitución a la paraguaya. De allí que algunos de sus sectores más radicales hayan expresado su insatisfacción clamando por un regreso a la dictadura, con lo cual demuestran un escaso compromiso con la democracia y su opción por las vías de hecho. Ya comienzan a llamarlos el Tea Party brasileño.