Resignificar los símbolos del dolor

Antieditorial
09 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

Por José Bolívar

Resignificar, dar un nuevo sentido a una experiencia en función de lo ocurrido, puede ser más pedagógico que derrumbar. Con la demolición del edifico Mónaco, el lugar de residencia de Pablo Escobar, podemos encontrar un ejemplo de cómo ciertos íconos de violencia tienen un gran potencial para concentrar nuevos significados. Para no negar lo que hemos vivido y seguimos viviendo y, en esa ruta, proponer nuevas miradas e interpretaciones a un fenómeno como el narcotráfico.

Esta semana los ministros de Defensa, de Justicia y el alcalde de Medellín iniciaron la demolición. Cada uno, en un acto simbólico que da inicio al proceso de desaparición del inmueble, sujetando un martillo, procedió a romper parte del concreto de las instalaciones. Filmaron un video con su gesto de poder, lo circularon en redes sociales, se aplaudieron entre sí, y ofrecieron una rueda de prensa en la que el alcalde afirmó que así se demuestra que finalmente “el bien triunfa sobre el mal”.

No. Si algo ha demostrado la historia del narcotráfico es que la línea entre los “buenos” y los “malos” es difusa, pues el fenómeno ha contaminado diversos sectores políticos y sociales. Es más: tal vez ese ha sido uno de los grandes problemas para superar la violencia que genera; caer en la trampa de sentirse vencedores de esos “malos”, cuando en el fondo lo perverso sigue vigente: la narcocultura y todo lo subyacente que en ella habita. Por otra parte, tampoco: por demoler un edificio, el culto al dinero fácil y el perverso anhelo por el poder no van a desaparecer.

En el documental No hubo tiempo para la tristeza, realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica, la víctima del conflicto Pastora Mira afirma: “el poder, y el tener, se tragaron el ser”. Estas palabras condensan gran parte de la misión pedagógica que exige que el país resignifique su comprensión sobre el fenómeno. Las nuevas generaciones necesitan ver las consecuencias cuando se intenta ser “poderoso” a través de estas prácticas. Destruir, negar, borrar lo visible sin que exista una didáctica en lo profundo, es tarea fácil. Así se afirme que con la demolición no se busca borrar el pasado, el hecho de desaparecer el inmueble refleja todo lo contrario.

Se sabe que un parque reemplazaría lo que hoy es el edificio, pero los espacios construyen memoria y la memoria, como territorio que despliega sentidos, es vital para confrontar y resignificar lo que no queremos volver a vivir. Eso nos enseña la experiencia de Auschwitz, espacio donde todo se ha restaurado para preservar la historia de lo ocurrido; o los hechos de la dictadura de Argentina, donde el Museo de Memoria funciona en las mismas instalaciones de lo que fue la Escuela de Mecánica Armada, lugar donde se torturaron las víctimas.

Si el edificio existe, puede convertirse hoy en un espacio pedagógico que evidencie las dolorosas consecuencias del narcotráfico. Si la apología frente al fenómeno se mantiene, que sirva para transformar nuevas comprensiones. Aprender sobre el dolor vivido exige verlo y palparlo para poder mutarlo. Desaparecerlo, es negar la realidad. Y, cuando la negamos, no aprendemos.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar