Notas al vuelo

Rutas de paz

Gonzalo Silva Rivas
07 de marzo de 2018 - 03:30 a. m.

Montes de María es una promisoria subregión del país, en límites entre Sucre y Bolívar, donde el conflicto armado dejó una larga y dolorosa huella de violencia, terror y miseria. Por un lado, la guerrilla de las Farc atormentó durante varias décadas a sus 150.000 habitantes, y por el otro, los grupos paramilitares, con perversidad monstruosa, desbordaron allí ríos de sangre y llevaron luto a decenas de familias raizales.

Alrededor de 56 masacres tuvieron lugar en esta fértil explanada de 2.600 km2 de extensión por cuyas leves inclinaciones montañosas serpentean arroyos y riachuelos y se levanta un área protegida de descomunal belleza, conocida como el Santuario de Fauna y Flora Los Colorados. La atrocidad mayor ocurrió en 2000, cuando 450 paramilitares se tomaron El Salado, corregimiento de El Carmen de Bolívar, forzaron a músicos nativos para que animaran una espeluznante fiesta en la plaza principal, y al ritmo de gaitas y tambores los torturaron y asesinaron, junto con otras 60 personas. Luego realizaron una monstruosa práctica de fútbol con las cabezas de sus víctimas. 

Un año después, con complicidad policial y de nuevo al mando del desmovilizado Juancho Dique, regresaron por los lados de Sucre y causaron la masacre de Chengue, esta vez en total silencio, pero con el fatídico saldo de 27 campesinos asesinados a punta de golpes de mortero, chuchillos y machetes. Y una tras otra, las restantes tuvieron menos víctimas pero la misma atrocidad.

Fueron años difíciles para una población que se fue diezmando. El desplazamiento a sangre y fuego se hizo cotidiano. Campesinos amenazados abandonaron sus tierras y otros debieron feriarlas en beneficio de oscuras empresas palmeras y madereras. El cambio en el ajedrez agropecuario, frente al gradual fortalecimiento del latifundismo, redujo los cultivos de pancoger que abastecen a Santa Marta y Sincelejo, y los coletazos de la miseria azotaron a quienes quedaron encerrados en aquel infierno de violencia.

Tras la negociación entre Gobierno y paramilitares y la muerte de Martín Caballero, cabecilla de las Farc, y en medio del acuerdo de La Habana, los vientos de esperanza soplaron por la región. La calentura criminal bajó, el Estado fue apareciendo, y poco a poco retornaron millares de lugareños. Dadas las limitadas alternativas para los cultivos de subsistencia, grupos campesinos y gestores culturales conformaron unidades productivas familiares para promover propuestas turísticas, y a ello han dedicado estos últimos años, sumando esfuerzos privados, que contrastan con el vago respaldo de las autoridades municipales.

Para responder a las expectativas del proceso de diálogos con las Farc, liderado por Humberto de la Calle, la Gobernación de Bolívar creó hace cuatro años el Instituto de Cultura y Turismo, y en 2016 delineó la “Ruta de la paz”, un recorrido turístico por los principales poblados de esta zona, en los que se ofrece variado menú de opciones en ecoturismo, senderismo y avistamiento de aves; cultura étnica, y experiencias vivenciales con las comunidades campesinas.

Los Montes de María son un bello rincón desbordado por la naturaleza, con envidiable riqueza en flora y fauna, donde se conserva una larga tradición artesanal, cuya carta de presentación son las conocidas hamacas de San Jacinto. Aparte de los atractivos naturales y la hospitalidad de sus gentes, cada municipio cuenta con su propio festival cultural, en los que se ventilan los frescos aires del posconflicto. El Festi María en Carmen de Bolívar; el de Gaitas en San Jacinto; el de Tambores en Palenque; el de Acordeoneros en San Juan, y el del Bullerengue en María La Baja.

La región, pese a la indiferencia de los alcaldes locales, para quienes el turismo no cuenta en sus presupuestos, da pasos positivos para salir del aislamiento y lo viene logrando. En 2015 contabilizó 5.000 turistas, en su mayoría nacionales, y el año pasado sobrepasó los 40.000, en gran parte provenientes del exterior.

El turismo es una alentadora expectativa, a la que centenares de familias, antiguas cultivadoras, le apuestan con proyectos de emprendimiento. Su futuro dependerá del trabajo mancomunado de las diferentes instancias oficiales. A MinComercio y la Gobernación corresponderá incentivar, capacitar y formalizar microempresas; a los alcaldes, asumir responsabilidades, y al Gobierno Nacional, mantener la seguridad y contribuir a la financiación del amoblamiento turístico. Solo así, las gaitas y tambores sonarán, ya no por los desmanes de la guerra, sino por la llegada de visitantes dispuestos a descubrir los secretos que guardan sus rutas de paz.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5

 

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