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Saramago, Uribe y las Farc

Reinaldo Spitaletta
24 de febrero de 2009 - 01:57 a. m.

CUANDO EL EX SECUESTRADO ALAN Jara declaró que parecía que Uribe y las Farc se necesitaran mutuamente, no estaba desbarrando.

El grupo guerrillero se ha convertido, en los últimos tiempos, en una fuerza electora. Pasó con Pastrana. Sucedió con Uribe. Y es probable que una próxima reelección del Presidente esté ligada al accionar de “la Far”. Hay, además, un factor nada despreciable que los hace similares desde orillas distintas: las unas y el otro son antipopulares.

De la lucha política hay que desterrar los métodos terroristas, el secuestro, las masacres y otros procedimientos bárbaros. La reciente matazón de nativos Awá, en Nariño, un crimen de lesa humanidad, pone de nuevo a esa agrupación armada en los mismos niveles de crueldad y horror de los paramilitares. El Polo Democrático, al condenar el hecho, llamó a las Farc a cesar de inmediato lo que calificó de genocidio.

Pero ha sido el escritor portugués José Saramago, en entrevista publicada el domingo pasado por El Espectador, quien ha vuelto a vapulear la presunta “revolución” de las Farc. El autor de Ensayo sobre la ceguera se ha erigido, desde hace años, en una voz que igual condena la invasión a Irak de parte de los Estados Unidos, o es capaz de preguntarse, en el caso de las agresiones de Israel a Palestina, si aquellos judíos exterminados por los nazis, gaseados en campos de concentración, si aquellos muertos en pogromos, aquellos olvidados en los guetos, aquella multitud de inmolados, en fin, “no sentirían vergüenza al ver los actos infames que están cometiendo sus descendientes”.

Saramago, el mismo que dijo en su recepción del Nobel que “el hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”, es, con su palabra, una suerte de conciencia contemporánea. Es un escritor libre que, según dice, se “expresa libremente como la organización del mundo que tenemos lo permite”. Y por ahí va soltando sus críticas, como las formuladas en la precitada entrevista, en la cual, entre otros asuntos, afirma que “nadie en el mundo que se considere humano aprueba el secuestro de personas para alcanzar objetivos políticos”.

Y ahí apunta su lanza verbal contra los que asumen el secuestro y la muerte como método para cambiar la sociedad. El portugués, que ha escrito novelas de alcurnia partiendo de una pregunta (¿Qué pasaría si en un país la mayoría de gente votara en blanco? ¿Qué sucedería si en una ciudad no se muere nadie? ¿Qué sería de una urbe si todos o casi todos quedaran ciegos?...), dijo que el don José sabe que los revolucionarios tienen que diferenciar sus métodos de aquellos que el poder ha usado siempre: “Ejercer fuerza contra los débiles”.

Volvemos a lo mismo. Un grupo que se autodenomina revolucionario, o popular, etc., actúa (y esto lo sabemos todos independientemente de que lo comente un gran escritor) igual a los que están en el poder, arrasando pobres, creando miserias, irrespetando la dignidad del oprimido, ¿será un favorecedor de los olvidados? Y en ese punto, Saramago opina que una bandería que así se comporte puede ser tan “criminal como Bush”, porque ¿cuál es la diferencia entre los secuestros de Guantánamo, la guerra preventiva contra Irak, las torturas de Abu Ghraib y los mecanismos implementados por las Farc? Como decían antes: en esos puntos, las extremas (derechas e izquierdas) se encuentran. Y se parecen.

Saramago, que alguna vez señaló que no era pesimista sino que el mundo está pésimo, y que suele pronunciar frases tan provocadoras como “si todos fuéramos ateos, el mundo sería más pacífico”, abre el debate en un país que desde antes de los inicios de la “nacionalidad” sufre la violencia en todas sus expresiones. Sólo resta una pregunta para él: ¿en que se parecen las Farc y Uribe? Puede ser un tema para su próxima novela.

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