Los acortamientos de palabras son comunes en contextos informales («la comida está deli») e ideales para la mensajería instantánea («feliz cumple») o la toma de apuntes («la/el intro», «la info», «la expo»). Sin embargo, hay acortamientos que se asentaron tanto que entraron en los diccionarios generales o que se podrían usar prácticamente en cualquier contexto («foto» en vez de «fotografía»).
Su formación (e incorporación) ha sido materia de estudio en la lingüística y la filología, pues no hay un único proceso. Generalmente la base que se acorta resulta en una o dos sílabas, raramente tres: «trans» en vez de «transgénero», «profe» en vez de «profesor/a», «cole» en vez de «colegio». Sin embargo, a veces la abreviación toma la parte final («bus» en vez de «autobús») o sucede sobre sintagmas o bases pluriverbales («nini» para referirse a quien «ni estudia ni trabaja»). Además, los acortamientos pueden surgir en contextos, ciudades o generaciones particulares (el «esfero», de «esferográfico», característico de Bogotá).
Para instituciones como la RAE o recursos comunitarios como Wikilengua, los acortamientos funcionan como palabras, con todo lo que esto implica, por lo que deberían seguir las normas de ortografía: se debería tildar «súper» si lo usamos como forma corta de «supermercado» (algo que nunca sucede con «super-» como prefijo) o el hiato «bío» que se refiere a la biografía en Instagram o Twitter. También, cuando provienen de varias palabras, el resultado es una sola: «finde» en vez de «fin de semana» o «porfa» en vez de «por favor».
No sobra recordar que el apóstrofo no sirve para marcar acortamientos o contracciones como «pa» (de «para» o «papá»), «na» (de «nada») o «to» (de «todo»), que, por ser monosílabos, tampoco llevan tilde.
mmedina@elespectador.com, @alejandra_mdn