¿Sensatez frente al glifosato?

Rodrigo Uprimny
29 de junio de 2019 - 04:50 a. m.

En su última columna, María Isabel Rueda invitó a poner sensatez en el debate sobre la eventual fumigación con glifosato a los cultivos ilícitos. Es un buen llamado y lo acojo; y por ello señalo las insensateces de su columna, para poder adelantar un debate razonable sobre el tema.

No voy a demorarme en sus errores más obvios, como su pobre manejo de la química. Rueda sugiere que no debemos preocuparnos del glifosato, pues sus componentes no parecen tóxicos, cuando cualquier estudiante de química sabe que las propiedades de una sustancia pura pero compuesta no dependen de los elementos que la integran. Por ejemplo, el agua apaga el fuego, pero según la interpretación de Rueda no podría hacerlo, pues está formada por hidrógeno, que es explosivo, y oxígeno, que permite la combustión.

Pero dejemos la anécdota y pasemos a los errores más serios de su columna.

Rueda señala que existen muchos estudios sobre el glifosato que llegan a conclusiones diversas. Eso es cierto, pero no por ello uno “puede escoger el que más le guste”. Frente a estudios discrepantes, un periodista serio no escoge el que le guste, sino que revisa el valor académico de unos y otros. Si no tiene la capacidad de hacerlo, lo cual es normal en temas especializados, entonces debe remitirse a las autoridades científicas en la materia. Pero Rueda hace lo contrario: se basa en un “estudio” que le llegó de la Universidad Sergio Arboleda, sin citar a sus autores ni dónde fue publicado. Ahora sabemos que, según dijo uno de los autores, Alberto Schlesinger, en realidad no es un estudio sino una mera organización de información, hecho con la colaboración de Bayer, que tiene un obvio conflicto de interés en este tema. En cambio, Rueda desestima las conclusiones del instituto especializado en cáncer de la OMS, que es tal vez la máxima autoridad científica mundial en la materia.

Ese instituto (IARC) concluyó, a partir de un panel de 17 expertos que revisaron los estudios publicados sobre el tema (unos 1.000), que el glifosato era “probablemente cancerígeno para humanos”. Rueda sostiene que esa conclusión del IARC no significa que el glifosato implique riesgos, ya que “la probabilidad no implica un riesgo porque hace referencia a algo que no se ha no probado”. Esto es equivocado, pues desconoce el sentido ordinario de la palabra “probable” que, según múltiples diccionarios, significa que hay buenas razones para creer que algo ocurrirá; esto es, que existe el riesgo de que ocurra. Pero más grave aun, Rueda ignora el sentido técnico de “probablemente cancerígeno” según el IARC, que significa que hay evidencia parcial de asociación de la sustancia con cáncer en seres humanos, y prueba clara y suficiente de asociación con cáncer en animales. Esto significa que hay riesgo de que el glifosato produzca cáncer, el cual es probablemente mayor si es por aspersión aérea, pues el IARC aclara que la probabilidad de cáncer depende del tipo de exposición a la sustancia.

Igualmente Rueda olvida el principio de precaución, que tiene rango constitucional, como lo recordó la Sentencia T-236/17, en donde la Corte señaló que el Gobierno debía respetarlo si quería reiniciar las fumigaciones. Según ese principio, si una actividad implica un daño potencial inaceptable, como puede ser un riesgo de cáncer, entonces, aunque subsistan dudas, la actividad queda prohibida. La carga de la prueba se invierte: quien quiera realizarla debe mostrar que la actividad no es dañina, que es lo que no ha hecho el Gobierno frente al glifosato.

Rueda tiene razón: debatamos con sensatez sobre la política frente a los cultivos ilícitos; pero realmente con sensatez.

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

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