Siete años sin Hugo Chávez, ¿ficción o realidad?

Pedro Viveros
10 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

“Hasta el día de hoy esta lancha era de un capitalista. Ahora es del pueblo y la revolución te la confía”, le decía Hugo Chávez al capitán del remolcador Canaima. La respuesta fue: “¡Llegó la revolución! ¡Viva Chávez!”. Este era el tono esperanzador que generaba a comienzos del siglo XXI el excoronel golpista. Una sociedad hastiada por la tenaza ejercida por dos jefes políticos enquistados en el poder de Venezuela desde mediados del siglo XX. El aborrecimiento contra el “puntofijismo” encarnado por Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, y el odio entre ambos, produjeron el fenómeno que 22 años después continúa gobernando el país no hermano, siamés, que tenemos en la frontera oriental.

La llegada al poder de un exmilitar con un discurso populista y justificado por la cadena de escándalos y acaparamiento de poder en manos de una casta política y económica permitió el paso de una fórmula artificiosa que, bajo hechizos de palabras vacuas pero con impacto en un país que quiso “saltar al vacío”, consintió el encumbramiento de una serie de actuaciones que comenzaron el mismo 2 de febrero de 1999 al “jurar ante una moribunda Constitución”. Chávez leyó muy bien lo que querían la mayoría de los venezolanos de finales de los noventa: cambiar todo y ver qué pasaba.

¡Y pasó! La constitución la cambió a su amaño.  La economía fue redireccionada. La división de poderes fue eliminada. Ensanchó la burocracia. Los subsidios fueron el pan de cada día. Le dio una relectura al marxismo. Revivió el esquema de la guerra fría. Agrietó, para su beneficio político interno, la bronca con Colombia. Lanzó programas sociales, unos con relativo éxito como los de vivienda popular, hasta el rotundo fracaso del uso “derrochón” que le dio al petróleo para la creación de una liga de naciones afectas a su visión transcontinental. Permitió la supervivencia de unas naciones protegidas por el ALBA. La lucha contra la pobreza de Chávez quedó en una sola cosa: los pobres mostraron su rostro, que hoy deambula por el mundo buscando lo que tanto prometió su revolución: dignidad y trabajo. Para colmo, semanas antes de su muerte dejó el timón de su legado en las manos de Nicolás Maduro.

Y el excanciller de Chávez, desde hace siete años en el poder, provocó lo que hacía falta para cerrar el círculo de un liderazgo que no fue transformador, ni redefinidor, ni revolucionario. Volvió a las épocas que provocaron el florecimiento de Caldera y Pérez: el capitalismo. La moneda que lleva como símbolo el nombre del origen ideológico y faro de pensamiento del movimiento bolivariano, la archivó Maduro quien por estas calendas le da paso a la libre circulación del dólar y la máxima demostración del concluyente fiasco de la década de chavismo y madurismo, es el retroceso de un sistema que no funcionó ni en la práctica y menos aún en lo imaginativo: volvió a privatizar PDVSA. ¡Bienvenidos a los años 90!

El chavismo siempre reveló que era un monstruo de muchas cabezas. Una gorgona política. Cuando necesitó del pueblo para ganar el poder, tradujo sus anhelos en verbo fantasioso para envolver lo pendiente en una agenda postergada y ahora que necesita mantenerse en poder, luego de interrumpir las garantías a la oposición al colmo de desconocer resultados democráticos, devuelve su riqueza a manos de los que hasta hace poco eran los peores sustantivos del discurso del “socialismo del siglo XXI”.

Si era para regresar a lo que los chavistas llamaron el derrumbamiento que representaban el COPEI y AD en el siglo pasado, me permito recurrir a las propias palabras de la ficción de Chávez: “la historia me absorberá”. 

@pedroviverost

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