Siete millones de fantasmas

Mauricio Botero Caicedo
28 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

El sábado antepasado, el reloj del DANE indicaba que la población llegaba a 50 millones de personas. Resulta que hasta el lunes de la semana pasada se habían contado algo menos de 42,5 millones de habitantes, por lo que se podría pensar que la población no llegaría a los 43 millones. El tal reloj del DANE estaba funcionando basado en la proyección realizada en el censo de 2005, en el cual se contaron 41’468.384 habitantes. Una cifra precisa es vital dado que el censo es la herramienta clave para que el Estado pueda organizar sus políticas públicas en salud, educación, vivienda, servicios públicos, asignación de regalías y otros programas del Plan Nacional de Desarrollo. En sentido contrario, un censo inadecuado conlleva a diseñar malas políticas públicas que ocasionan notorio despilfarro de los recursos que aportamos los contribuyentes. Administrar al Estado con un cifra de siete millones de fantasmas (equivale al haber contado el Pacífico colombiano dos veces) es como si a un capitán de un barco, justo antes de zarpar, se le obligara a utilizar una carta de navegación equivocada.

Uno de los ejemplos de errores de percepción (y, por ende, mal diseño de políticas públicas) es insistir con terquedad que Colombia sigue siendo eminentemente rural, cuando en realidad escasamente el 15 % de la población vive en el campo. El país, inexplicablemente, sigue sin entender que los grandes problemas, y por ende los grandes desafíos, están es en las ciudades, no en el campo. Los problemas del agro están en la escasa productividad, la baja tecnología y las enormes falencias en las vías de comunicación. Sin embargo, por hacer caso omiso de las tendencias demográficas, en La Habana para el agro se pactaron soluciones políticas, no técnicas y económicas.

Peter Drucker, el gurú de la administración, afirmaba: “Lo que no se mide, no se puede mejorar”. El descache del 15 % en la población tiene varias implicaciones: en primer lugar somos un país 15 % más rico, per cápita, de lo que creíamos. En segundo lugar, nacen bastante menos colombianos de los que pensábamos, y en tercer lugar, somos más viejos de lo que asumíamos: la población mayor de 60 años en el país –como porcentaje del total– se ha triplicado desde 1985. Estos dos últimos factores implican que necesitamos bastante más ancianatos que guarderías; y bastante más geriatras que obstetras y pediatras.

El economista Ricardo Bonilla señala que la imprecisión de lo proyectado por el DANE impide calcular los presupuestos con exactitud, y en cuanto a la salud, provoca “una falsedad en las cifras del régimen subsidiado”. En este país hay mucha gente medianamente acomodada que se está apropiando de los recursos y susbsidios, impidiendo que les lleguen a los que realmente los necesitan: los genuinamente pobres.

Pero posiblemente, aparte de la salud, es en educación que se requieren más cambios. Necesitamos frenar la proliferación de entidades educativas —públicas y privadas— mediocres… dejar de colocar tanto ladrillo. Es necesario medir y capacitar a los docentes para que enseñen a los estudiantes a aprender continuamente, que es la única manera en que podrán enfrentar un futuro laboral cada vez más incierto. Si los docentes, para mejorar la calidad, como pretende Fecode, no se dejan medir, estamos perdidos. (A aquellos que se interesan por el futuro del trabajo, les recomiendo sin reservas que lean el reciente libro de Andrés Oppenheimer, Sálvese quien pueda).

 

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