“¡Síganme los buenos!”

Mario Méndez
08 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Frente a los adoradores de Caco, el ladronzuelo mitológico, celebremos que en Colombia haya personajes anónimos, generadores de una pizca de confianza sobre el país del mañana, sin los elementos que producen tanta vergüenza.

Sobrecoge que el padre Javier de Nicolò, creador del Idipron, llegara de Italia y acogiera a los niños abandonados, así como que un médico cobre alto por la consulta, de acuerdo a su nivel de conocimientos y la capacidad de pago de sus pacientes, mientras en las tardes atiende gratis en barrios marginados y hasta regala muestras médicas.

Iguales sensaciones despierta el empresario hastiado de consumirse en el trabajo gerencial, obsesionado por garantizar márgenes mínimos de rentabilidad, para huir de la ciudad a contemplar y cuidar la naturaleza, sirviéndoles a los campesinos y aprendiendo de ellos el valor de lo simple. Se percibe en un personaje así que en buena hora haya encontrado la paz que le robaban el vértigo de las finanzas y la fiebre de la productividad, no siempre medida en términos de beneficio social.

Y del lado de los marginados, ilumina la vida la disposición de un limitado físico que construye condiciones materiales en pro de sus semejantes. Jeison Aristizábal, galardonado como héroe, es un ejemplo inmenso de lo que puede un espíritu social tan elevado, a pesar de su parálisis cerebral, llegando a crear una infraestructura en Aguablanca, sector de Cali, para atender niños que, de otro modo, estarían tendidos en una cama, tal como a él mismo se le presagiaba cuando llegó al mundo.

Como caso excepcional, igualmente, en alguna ciudad colombiana aparece el taxista que se toma el trabajo de buscar al pasajero que olvidó un maletín en su vehículo y, sin averiguar qué contiene, lo entrega a su dueño, que resulta ser un pequeño empresario ya preocupado porque consideraba perdidos los millones que llevaba para pagar la quincena de sus empleados.

Otro ciudadano, sin esperar alabanzas, dedica parte de la noche para llevar un plato de comida a quienes carecen de techo y lo más elemental, en una labor sostenida por los pequeños pero numerosos aportes de amigos, del señor de la tienda, de la señora que vende aguacates en la esquina, todo porque el Estado no puede atender las necesidades mínimas de los olvidados, pues, de hacerlo, tendría que frenar en seco la participación de los corruptos en la desaforada danza de la ejecución presupuestal.

Alrededor de algún hospital, aparece la señora generosa y sin recursos suficientes que se preocupa por asegurarle en su casa un alojamiento sencillo pero humano al ciudadano pobre y forastero que tiene un familiar en tratamiento intramural, y no puede pagar ni siquiera una cama de hotelucho.

Esta muestra ínfima de grandeza en la sombra constituye un evidente contraste ante los pudientes que roban, gracias a su privilegiada posición social y política.

Hay otros héroes: los defensores de los ríos, de los páramos, de los humedales, quijotes del medioambiente que se enfrentan a trompadas de razonamiento en busca de salvar la naturaleza.

* Sociólogo, Universidad Nacional.

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