Hay temas tan complejos —el aborto, el suicidio, la prostitución— que son difíciles de juzgar en términos absolutos. A la prostitución se llega casi siempre por hambre, conflictos familiares, violencia y desplazamiento. Y, por supuesto, por el machismo, la trata de personas, el proxenetismo, factores que exponen a las trabajadoras sexuales a todo tipo de violencias. En Colombia estamos viendo cómo el turismo sexual se apodera de ciudades como Medellín y Cartagena, y cómo algunas culturas indígenas, al ser expulsadas de sus territorios, sufren atroces procesos de descomposición; ejemplo doloroso son los niños y las niñas de la etnia nukak makú que son explotados sexualmente en las calles de San José del Guaviare.
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Aun así, una parte de las trabajadoras sexuales no está de acuerdo con el camino abolicionista por el que propenden los feminismos radicales desde un “buenismo” paternalista. Entre putas... una voz, una “creación escénica testimonial” que se está presentando en estos momentos en L’Explose, nos permite acercarnos al problema. La obra, dirigida por Adela Donadío y Leonardo Petro, fue montada gracias a la Beca Experiencias sobre Actividades Sexuales Pagadas de la Secretaría de Cultura del Distrito, y en ella tres personas que viven del trabajo sexual, Carolina Calle, Inés Durán y Jahira Quintero —una chica trans—, nos acercan a través de sus relatos, recuerdos y reflexiones a un mundo que para la mayoría es tan sólo un constructo imaginario desde el desconocimiento o el prejuicio. Vale la pena verla.
Carolina Calle —su nombre de combate—, activista fundadora del colectivo Calle 7, quien se dice “orgullosamente puta” y cuenta que su oficio le ha permitido tener todo lo que de otra manera no habría conseguido —independencia, educación para ella y su hijo—, es una de las lideresas del grupo de trabajadoras sexuales que hace dos semanas volvieron al Congreso a luchar por sus derechos y reivindicaciones. Allí denunciaron las violencias y discriminaciones que sufren diariamente: el abuso y la extorsión policial, la putofobia y la homofobia en la calle, el maltrato de los médicos, la negativa de los bancos a hacerles préstamos y de las inmobiliarias a arrendarles o venderles. Con el acompañamiento de Alfredo Mondragón, del Polo Democrático, nos recordaron que la Constitución colombiana reconoce el trabajo sexual, el derecho a escoger libremente cualquier trabajo y la prostitución como un derecho. Pidieron regulación: un marco legal amplio que las proteja y les ayude a prevenir acoso y maltrato, y a obtener derechos básicos a pensión, salud, salarios dignos. E hicieron claridad: no quieren una “política de rescate” ni una ilegalización de los intermediarios —hoteles, bares, etc.— porque, contrario a lo que muchos creen, estos les sirven de protección.
Sé que a muchos esto les resultará sorprendente y discutible. Pero en un momento histórico que lucha por el respeto a la diferencia, hay que empezar por oír y entender, único camino para acabar con la discriminación y la intolerancia.
Nota. A dónde puede llevar el moralismo fanático frente a la prostitución lo muestra Holy Spider, del director iraní Ali Abbasi, una excelente y durísima película en MUBI, basada en hechos reales.