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La economía circular es un sistema en el que los recursos empleados en el proceso productivo, así como sus residuos, emisiones y fugas de energía se reducen al mínimo.
Está relacionada con la producción, el consumo y el posconsumo de bienes y servicios, en particular con: qué se produce, cómo se produce, cómo se consume y, luego, qué se hace con los residuos y desperdicios.
No es un sistema imposible. En China, por ejemplo, la economía circular fue aprobada como modelo de desarrollo en 2006 en su 11avo. plan de 5 años. En Noruega los desperdicios han sido eliminados de tal manera que para alimentar las generadoras de energía que utilizan basura la importan del Reyno Unido.
En ese sentido, la economía circular resulta un objetivo deseable en la medida en que, bajo sus principios, los procesos de producción, consumo y posconsumo se vuelven más eficientes pues logran obtener y disfrutar de la misma cantidad de bienes y servicios con menores recursos, energía y desperdicios. Así, resolver la pobreza de la población resulta más sencillo.
Esa eficiencia implica una mayor productividad de la mano de obra, del capital y de los insumos productivos en la transformación de los materiales y en el correspondiente empleo de energía, para la obtención de nuevos bienes y servicios que logran disfrutarse de manera también más eficiente, generando en todo el proceso menos desechos y desperdicios que, a su vez, pueden ser reprocesados para ser reutilizados.
Pero si todo aquello es tan bueno, ¿por qué a través del mecanismo de mercado no se ha impuesto en forma natural?
Para responder, cabe recordar primero que esa transformación implica un cambio tecnológico general que puede lograrse vía tres procesos no excluyentes, antes bien complementarios: 1) una organización y una administración del proceso productivo más eficientes que, sin embargo, tienen unos límites rápidamente alcanzables; a menos que se acompañen y luego sean sobrepasados por 2) una inversión que haga posible esos cambios tecnológicos; todo lo cual será posibilitado y facilitado por 3) nuevas instituciones económicas, sociales, políticas y culturales que propicien los cambios y los hagan permanentes.
De tal modo, la economía circular no se ha posicionado masivamente porque no existen los incentivos que hagan viable el cambio tecnológico que conduzca a su establecimiento. En otras palabras, porque en la economía, con mercados importantes sumamente imperfectos, plagados de distorsiones y fallas de mercado, no existe la estructura de rentabilidades, es decir, de precios, que es la que guía a los inversionistas privados, que induzca la inversión requerida para esos cambios. Sucede que la rentabilidad privada que guía a esos inversionistas difiere de manera notable de la rentabilidad social que es la que le interesa a la sociedad.
Tampoco existe la cultura de la austeridad, ni las instituciones que la promuevan. Casi todas las economías de mercado occidentales giran alrededor de la expansión y promoción del consumo como mecanismo de crecimiento del ingreso. Estas se traducen en la manipulación a su favor de las preferencias individuales, la proliferación de bienes y servicios con pequeñas modificaciones, y la multiplicación de obsolescencias programadas cada vez más cortas en los bienes y servicios.
Podría pensarse que la creatividad podría sustituir esos procesos. No obstante, en términos generales, es prácticamente imposible que la creatividad sustituya las condiciones materiales e institucionales que hacen viable el desarrollo o la innovación de casi cualquier proceso productivo. Por ejemplo: si el país no produce aceros planos de espesor mínimo, ¿cómo se podría crear, diseñar o fabricar hojas de afeitar desechables? Y si no existen esas condiciones materiales, esas hojas desechadas tampoco podrían volver a afilarse en el marco de una economía circular.
Así, la inexistencia o la falta de preeminencia de una economía circular es consecuencia, en últimas, de que: 1) la política económica, fiscal, monetaria y regulatoria, que define la estructura de rentabilidades y de precios, no la promueva, y de que: 2) las otras políticas, particularmente las educativas, propicien la conservación de las instituciones viejas en lugar de promover la emergencia de nuevas adecuadas al desarrollo de la economía circular.
Pero la economía circular es una necesidad en un mundo abrumado por las dificultades ambientales, el cambio climático y la proliferación de desperdicios y desechos. De tal modo, cambiar las políticas para su establecimiento resulta no solo un desafío para la sociedad sino una necesidad económica y una obligación ética.
* Ph.D. Profesor titular, Pontificia Universidad Javeriana, Departamento de Economía.
