Sobre las élites

Santiago Montenegro
12 de febrero de 2017 - 08:09 p. m.

Es una lástima que en Colombia la sociología no tenga la importancia y el reconocimiento que ha adquirido en otros países. En Chile, por ejemplo, Eugenio Tironi o Fernando Villegas, entre otros, analizan cotidianamente el comportamiento de los grupos sociales, sus condiciones materiales de vida, pero también sus percepciones sobre el estado del país, sobre el gobierno, sobre el futuro, al igual que sus preferencias políticas, o su estado de ánimo, su optimismo o pesimismo, o sus gustos musicales y deportivos, o el uso del tiempo libre. Sus estudios y análisis, que también se han traducido en libros, incluyen a la llamada élite.

En el mismo Chile, pero también en otros países de América Latina, como México, las élites han sido objeto de estudios muy serios de sociólogos o de historiadores, tanto para interpretar los procesos históricos, como para discutir problemas contemporáneos. Inspirados en los teóricos clásicos, como Pareto, Mosca y Michels, o en algunos posteriores, como Burnham, Putnam o Dahrendorf, con trabajos cuantitativos muy cuidadosos se ha estudiado, por ejemplo, el papel y composición de las elites políticas, sociales y económicas antes, durante y después de la revolución mexicana. Evitando generalizaciones gaseosas, se ha estudiado la composición de los jefes de los ejércitos revolucionarios, de los grupos políticos, de los dueños de la tierra o del empresariado, detallando a nivel individual su procedencia, sus condiciones familiares, sus estudios, sus conexiones, entre muchas otras variables. Por supuesto, son estudios que han requerido mucho tiempo y dedicación en archivos del país y del exterior.

Infortunadamente, ese tipo de estudios empíricos y detallados son muy escasos entre nosotros, lo que no quiere decir que no se hable de élites en las ciencias sociales y en el debate político corriente. Por el contrario, quizá por la ignorancia que existe, se usa y se abusa de la llamada élite colombiana. Mientras la mayoría de los analistas la consideran como un ente único y consolidado, a ese ente único algunos le atribuyen todo lo bueno, pero otros le asignan la responsabilidad de todo lo malo que le pudo haber sucedido a este país.

Hay quienes argumentan, por ejemplo, que desde el momento mismo de la Independencia nuestro país ha sido dominado por una élite bogotana que ha tenido la unidad, capacidad y talento, no solo para controlar el país, sino hasta para delegar la violencia contra las mismas instituciones como instrumento para mantenerse en el poder. Por supuesto, en un país tan fragmentado geográficamente como Colombia, aún hoy no es apropiado hablar de una sola élite, sino de muchas élites, incluyendo élites políticas y regionales que, lejos de estar cohesionadas, se han enfrentado durante las guerras civiles del siglo XIX o durante la Violencia de los años 40 y 50 y también hoy, en expresiones nuevas, tienen al país en un nivel de polarización y crispación pocas veces visto.

Como lo ha argumentado el profesor de Oxford Alan Knight, al tiempo que influyen, las élites son también arrastradas por procesos socioeconómicos que no controlan y que pueden conducir a su desaparición y reemplazo por otras nuevas. Pero estas transformaciones hay que estudiarlas, cuantificarlas y referenciarlas en el tiempo y en el territorio. Solo cuando ese ejercicio se realice, conoceremos mejor, no solo la naturaleza de las élites (en plural), sino sus responsabilidades en el pasado y en el presente de nuestro país.

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