Macrolingotes

Sor Pascualina

Óscar Alarcón
09 de abril de 2019 - 09:30 a. m.

(Para leer en Semana Santa)

A propósito de los papeles de Pío XII, que serán revelados el próximo año, se habló aquí la semana pasada de sor Pascualina. Ella era una monja alemana, su mano derecha, quien tenía todo el control de su pontificado: en el Vaticano no se movía una mosca, no se hacía ningún nombramiento, no se daba una audiencia, ni tampoco se hacía un mercado de comestibles, sin su consentimiento. Más de un aspirante a obispo vio frustrados sus deseos por no tener el consentimiento de Pascualina.

Cuentan que una vez Mussolini, para lograr su rendición, buscó la intervención del papa para lograr su propósito y, naturalmente, acudió a la monja. El duce le envió a Claretta Petacci, y ella la recibió.

—¿Y ha hablado usted con esa mujer sin mi consentimiento y sin mi autorización?— le gritó incómodo y sorprendido el papa al enterarse del encuentro—. ¡Esa Petacci es la amante de Mussolini! Los dos han vivido juntos en pecado mortal durante muchos años.

—Santidad— inquirió mansamente la monja—. ¿Cómo sabe usted que tal escándalo es verídico?

—Pregúntele a cualquiera en el Vaticano.

—¿Y cuáles cree usted, Santidad, que son sus murmuraciones sobre nosotros?—preguntó Pascualina—. Yo he estado viviendo desde muy joven bajo su techo. Nosotros sabemos que nuestras vidas son puras ante los ojos de Dios. Sin embargo, ¿quién cree en nuestra verdad, incluso ante los miembros del Sacro Colegio Cardenalicio? Entonces, Santidad, ¿por qué usted es tan tajante para juzgar a otros?

El papa no encontró palabras con qué responder.

Mussolini no pudo rendirse, murió y fue colgado cerca del lago de Como, con la Petacci.

Tras la muerte de Pío XII, sor Pascualina fue expulsada del Vaticano y jamás pudo regresar. Son las cosas de Dios y de sus representantes en la tierra.

 

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